El expresidente egipcio Mohamed Mursi se enfrenta ahora a una provisional condena a muerte casi dos años después de su derrocamiento «manu militari».
La pena capital a la que fue condenado hoy el exmandatario islamista, que deberá ser confirmada el 2 de junio tras la opinión no vinculante de la máxima autoridad religiosa del país, es el mayor golpe que ha recibido el que fue el primer presidente egipcio elegido democráticamente en unas urnas.
Durante su mandato de un año, de 2012 a 2013, Mursi intentó burlar a esa misma judicatura que hoy le ha enviado provisionalmente al corredor de la muerte por su fuga de la cárcel durante la revolución de 2011 y que en abril le condenó a 20 años de cárcel por el uso de la violencia en disturbios ocurridos en 2012.
En su primer discurso, en la emblemática plaza Tahrir, Mursi abrió su chaqueta para mostrar que no llevaba chaleco antibalas y se presentó como «el presidente de todos los egipcios». Pero los millones de ciudadanos que tomaron las calles los últimos días de junio de 2013 no podían discrepar más.
Durante la revuelta que derrocó a Mubarak, fue recluido en la prisión de Wadi Natrun, al norte de El Cairo, de donde logró escapar dos días más tarde gracias al caos en los presidios tras la desbandada de los guardianes, por lo que fue condenado hoy a muerte de manera provisional.
Solo dos semanas después, al menos diez manifestantes opositores murieron a manos de seguidores de la Hermandad, en el suceso que llevó a Mursi a ser condenado a 20 años de prisión.
Casi dos años después de liderar el derrocamiento militar de Mursi, el entonces ministro de Defensa, Abdelfatah al Sisi, es hoy el presidente del país, tras ganar las elecciones de mayo de 2014 con el 96,91 % de los votos. Desde la caída del exmandatario islamista, las autoridades egipcias han emprendido una dura represión contra los seguidores islamistas y los jóvenes activistas, algunos de ellos instigadores de la revolución que derrocó a Mubarak.