Cuatro años después de que un poderoso tsunami devastase la costa nororiental de Japón, el país busca formas de evitar futuros desastres y concentra sus esfuerzos en la construcción de una cadena de muros de cemento a ser erigidos a lo largo de casi 400 kilómetros (250 millas), que en algunos sectores tendrá una altura equivalente a la de un edificio de cinco pisos.
Hay quienes dicen que estas gigantescas barreras de cemento, que costarán 6.800 millones de dólares, destruirán la economía marina y el paisaje, afectando operaciones pesqueras importantes y haciendo muy poco para proteger a los residentes de las zonas costeras, quienes en su mayoría deberán trasladarse tierra adentro. Los sectores que apoyan la iniciativa arguyen que los muros costeros son un mal necesario, que además generarán trabajos, al menos por un tiempo.
La paradoja de estas iniciativas, según algunos expertos, es que mientras pueden aliviar en cierta medida los destrozos, también generan un falso sentido de seguridad. Y eso puede tener graves consecuencias en una costa vulnerable a los tsunamis, las tormentas fuertes y otros desastres naturales. Al menos parte de las 18.500 personas que murieron o desaparecieron en la tragedia del 2011 habían hecho caso omiso a la recomendación de evacuar la zona.
Tsuneaki Iguchi era el alcalde de Iwanuma, ciudad que se encuentra levemente al sur de la urbe más grande de la región, Sendai, cuando el tsunami provocó un temblor de magnitud 9 frente a la costa, causando grandes inundaciones.
Un muro de 7,2 metros (24 pies) de altura, construido hace algunos años para combatir la erosión de las playas, frenó un poco las aguas, lo mismo que unos pinos plantados junto a la costa. De todos modos, el tsunami penetró cinco kilómetros tierra adentro. Pasajeros y trabajadores observaron desde los pisos altos y el techo del aeropuerto cómo las aguas arrasaban con todo a su paso, automóviles, edificios y aviones, que se estrellaban contra las viviendas de las localidades suburbanas de esta urbe densamente poblada, no muy lejos de la playa.
La municipalidad reparó los muros, que habían sido dañados, pero no piensa darles más altura. En su lugar, Iguchi fue uno de los primeros funcionarios municipales que apoyó un plan del ex primer ministro Morihiro Howokawa que contempla plantar árboles a lo largo de la costa, sobre montañas de tierra o escombros, para crear un «muro verde» que complemente las barreras de cemento hechas por el hombre si estas ceden.
Si bien la ausencia de infraestructura básica puede ser catastrófica en países en desarrollo, una dependencia excesiva en esas obras puede hacer que las comunidades se confíen demasiado, de acuerdo con Margareta Wahlstrom, directora de la Oficina para la Reducción del Riesgo de Desastres de las Naciones Unidas.
Japón no es el único que lidia con este tipo de dilemas. Maarten van Aalst, director del Centro del Clima de la Cruz Roja y la Medialuna Roja, dice que en su propio país, Holanda, también percibe un exceso de confianza en las defensas erigidas para proteger las zonas bajas.
La «Gran Muralla Forestal» que se está plantando en algunas áreas no impedirá las inundaciones, pero le quitará fuerza a los tsunamis y a las olas. Y cuando el agua vuelva al mar, la vegetación impedirá que las aguas se lleven los edificios y otros escombros. Iniciativas «verdes» como estas, por otro lado, permitirán que el agua de la lluvia vaya al mar, algo vital para la ecología marina.
SENDAI, Japón (AP)