Horror y acción en la tercera temporada de Stranger Things

Si el éxito de Stranger Things se debe en parte a que explota la nostalgia por los años 80, la tercera temporada — que Netflix estrena el 4 de julio da un paso más allá:

Su ambición y giros de la trama hacen que trascienda el mero homenaje. Es, en realidad, una serie que perfectamente pudo haber sido producida cuatro décadas atrás. 

Su espíritu es digno de las producciones Amblin de Steven Spielberg de esos años. Pero va más allá y empieza a proponer su propia visión, no la mera réplica.

CNET en Español tuvo acceso a los ocho episodios de la tercera temporada pero es importante advertir que Netflix ha fijado una rígida lista de temas y giros narrativos que solicitan sean evitados en las reseñas. Así de concurrida es la serie de acontecimientos que se suceden en pantalla.

Como suele suceder con muchos shows de la plataforma de streaming, el ritmo de los primeros episodios suele ser lento, si se quiere, pues se demora en presentar personajes y dejar bien claros los escenarios tanto físicos como emocionales en los que se encuentran los protagonistas. 

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Pero una vez que se deja atrás el tercer episodio, la acción pisa el acelerador y no se detiene, como en un disco de heavy metal de los que tanto gustan al personaje de Billy (Dacre Montgomery), quien desempeña un papel fundamental en la historia.

Como ya se ha dicho en artículos previos, la tercera temporada se inicia en el verano de 1985, en Hawkins, Indiana. Es verano, así que hay muchos paseos al aire libre, ferias, piscinas y escapadas al centro comercial.

Tres lugares son fundamentales para captar la propuesta de los creadores Matt y Ross Duffer en la tercera temporada: la feria de verano organizada por el alcalde Kline (Cary Elwes), la piscina pública de Hawkins y el nuevo centro comercial Starcourt Mall. Solo digamos que resulta útil prestar atención a los títulos de los ocho episodios y recordar que el último capítulo se titula La batalla de Starcourt.