El director de 'La noche de los muertos vivientes' (1968) fallece en Toronto a los 77 años víctima de un cáncer de pulmón.
En los años sesenta, un grupo de cineastas dinamitó las convenciones del cine de terror, aprovechando el cambio social en cuanto a la violencia y la obscenidad permitida. Algunos lo hicieron desde dentro de Hollywood, como Roman Polanski, Brian de Palma o William Friedkin.
Otros crearon sus productos desde fuera de las majors, pero atrajeron al público de igual manera: por esa rendija comercial se colaron John Carpenter, Wes Craven, Tobe Hooper, David Cronenberg y George A. Romero, que falleció ayer domingo en Toronto a los 77 años. Romero es para los aficionados el creador del moderno cine de zombis gracias a su precursora La noche de los muertos vivientes, rodada en blanco y negro con poco más de 100.000 euros en 1968. Según su socio Peter Grunwald, Romero falleció por culpa de un cáncer de pulmón -que le ha devorado de manera muy agresiva, en compañía de su esposa Suzanne Desrocher Romero y su hija Tina Romero, mientras escuchaba la banda sonora de la película El hombre tranquilo. Desde 2009 poseía la doble nacionalidad canadiense y estadounidense.
Hooper, Carpenter y Romero demostraron que para asustar a la audiencia no había que contar con grandes presupuestos. Romero era un apasionado del cine desde crío, en su Bronx natal. Nacido en una familia de clase media descendiente de cubanos y lituanos, George Andrew Romero ya rodaba de crío películas en 8 milímetros, aunque en aquel momento el terror no entraba en su afición. Era más de cine fantástico.
Sus padres impulsaron sus inquietudes artísticas, aunque curiosamente nunca le dejaron llevar a su casa ni un tebeo de terror. Con 16 años trabajó como chico de los recados en Con la muerte en los talones, y decidió que ni le gustaban la frialdad de Alfred Hitchcock ni lo mecánico de sus tramas. Prefería la espontaneidad y el descontrol, como se pudo ver a lo largo de su carrera.
Tras graduarse en 1960 en la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh, se dedicó a filmar cortometrajes y programas de televisión. Junto a sus amigos John Russo y Russell Streiner monta una productora para rodar anuncios, hasta que harto, el trío decide dar un salto a lo grande y producir en Pittsburgh una película de terror, inspirada en una de las mejores novelas del siglo XX, Soy leyenda, de Richard Matheson.