Mediante un estudio, liderado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España en colaboración con investigadores del Reino Unido y Estados Unidos, se conoce la evolución temprana de los esqueletos duros y cómo ese fósil lo perdió mucho antes de lo que se creía hasta el momento.
Según este informe, el fósil, bautizado como Yorkicystis haefneri, no tenía un esqueleto desarrollado en la mayor parte de su cuerpo, y solo los brazos estaban mineralizados. Lo que había ayudado a proteger las delicadas estructura de alimentación. Se trata de un pariente de las estrellas de mar y los erizos con restos de millones de años.
El hecho de tener un cuerpo parcialmente blando lo diferencia del resto de esta clase extinta de equinodermos, la clase extinta a la que pertenece, que se caracteriza por un cuerpo en forma de disco con cinco brazos, una boca central y un esqueleto duro de carbonato cálcico desarrollado en todo su cuerpo.
Científicos analizan el fósil de la familia equinodermos
Asimismo, el equipo considera que la ausencia de esqueleto en Yorkicystis representa un caso de pérdida evolutiva; algo que puede ser difícil de reconocer en el registro fósil.
El autor principal de la investigación, Samuel Zamora, del Instituto Geológico y Minero de España, indica que; «se trata de un gran descubrimiento con importantes implicaciones para entender la historia de los equinodermos».
Por otro lado Yorkicystis representa el ejemplo más antiguo de un equinodermo que ha reducido secundariamente el esqueleto y al equipo le sorprendió que ese cambio ocurriera tan cerca de los orígenes del grupo; hace más de 500 millones de años.
Una innovación clave de esa época fue la evolución de un esqueleto mineralizado duro, que ayudó a proteger a los primeros animales de posibles depredadores; explica Imran Rahman.
Sin embargo, las razones por las que Yorkicystis redujo su esqueleto en ese momento «no están claras, pero podría haber ayudado a conservar energía para otros procesos metabólicos«; considera.
El estudio lanza la hipótesis de que los genes que controlan la formación del esqueleto podrían actuar de manera independiente en las dos partes principales de los equinodermos: la parte axial y la extra-axial.