Este nuevo descubrimiento es fruto de un esfuerzo de 15 años de Pettit por comprender un medio tan importante como peligroso. Además de mejorar nuestra comprensión del cambio climático, sus esfuerzos también podrían explicar la drástica reducción de la abundancia de focas en algunos fiordos de Alaska.
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En 2009, Pettit intentó vigilar el frente de hielo desde una distancia segura en Icy Bay, Alaska, utilizando hidrófonos para grabar sonidos bajo el agua. Esperaba oír los icebergs que se desprendían del glaciar e incluso el gorgoteo de un río subglacial que salía de debajo del glaciar.
Ruido principal
Pero el principal ruido captado por estas grabaciones fue algo más continuo, «como el chisporroteo de una sartén al cocinar: un poco de chasquido, crujido y estallido», dice Pettit.
Con 120 decibelios, «los sonidos se salían de la norma», dice, más fuertes que el claxon de un coche o una batidora de cocina. Los sonidos eran tan fuertes que Jeffrey Nystuen; oceanógrafo de la Universidad de Washington (Estados Unidos) que le prestó los hidrófonos; creyó que el equipo estaba funcionando mal.
Sólo después de varios años de captar grabaciones en otros fiordos, Nystuen aceptó finalmente la interpretación de Pettit: que los sonidos procedían de burbujas de aire que salían del hielo al derretirse.
Puede que se trate de otra forma en la que estas diminutas burbujas tienen efectos sorprendentes a gran escala: el proverbial «efecto mariposa«, por el que el aleteo de pequeñas alas genera tormentas en lugares distantes.