Esta semana, un enorme agujero ha aparecido en la corona del Sol. Concretamente en el hemisferio sur. Y cuando digo enorme, es enorme. Se calcula que ronda los 300.000 o 400.000 km de ancho. Es decir, tiene espacio suficiente para meter tres decenas de Tierras como la nuestra.
Pues bien, ese agujero tiene consecuencias.
Bienvenidos al ciclo solar 25. Un ciclo caracterizado por una más que considerable actividad de manchas y erupciones solares. Pero el agujero actual se ha llevado la palma y ha provocado una tormenta solar que, por lo que dicen las últimas observaciones, ya está entre nosotros.
Pese a que los pronósticos del Centro de Predicción de Clima Espacial hablaban de una tormenta geomagnética G3 (fuerte), la NOAA explicaba que, aunque durante las últimas horas del 23 de marzo podría darse una tormenta solar de nivel G1, el viernes 24 sería de nivel G2. Sea como sea, sus efectos comenzaron ayer y se extenderán al menos hasta el día 26.
¿Consecuencias? Sí, aunque no muy graves. Hablamos de variaciones de voltaje en la red eléctrica y de alteraciones intermitentes en el Sistema GPS. Además, habrá que monitorizar todos los satélites en la órbita terrestre baja porque podrían cambiar ligeramente su movimiento, velocidad y trayectoria.
Auroras, muchas auroras. Si bien no está previsto que suframos mucho las consecuencias de esta tormenta, la perturbación del campo magnético del planeta ya ha dejado un reguero de espectaculares auroras boreales en países como Canadá, Alaska, Rusia, Noruega, Groenlandia o Escocia.
Más allá de las auroras y los problemas
La llegada de otra tormenta geomagnética esconde una buena noticia y una mala. La buena es que nuestros sistemas funcionan. La mala es que nos recuerda que no estamos listos para la próxima gran tormenta.
En 2008, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos publicó un informe estudiando qué pasaría si una tormenta como la de septiembre de 1859 (el evento Carrington) ocurriera hoy en día. Las conclusiones fueron devastadoras: un evento de ese tipo produciría una interrupción sin precedentes en el metabolismo social, político y económico del mundo. Mucho mayor a la de la pandemia.
Los satélites, las redes eléctricas y los dispositivos electrónicos se quedarían fuera de juego. Y con ellos, las redes logísticas de alimentación y suministros se vendrían abajo. Los daños totales, en el mejor de los casos, se estiman entre uno y dos billones de euros. En el mejor de los casos.
Seguimos sin estar preparados. El problema es que no hemos avanzado mucho desde entonces. Lo hemos intentado, pero los resultados han sido desiguales. Tanto que, como decía la Comisión Europea, la «injustificable ausencia, todavía hoy, de planes de emergencia» ante tormentas solares no tiene ningún sentido. Valga esta tormenta para no perderlo de vista.