La Isla Norte de Nueva Zelanda esconde bajo su superficie rastros de una 'superpluma' mantélica que generó hace 120 millones de años la mayor actividad volcánica de la que se tiene constancia en el planeta.
Se trata de uno de los fragmentos de una enorme meseta que se formó en esa época al sur del Pacífico a causa de la salida de lava durante unos 2 millones y medio de años y posteriormente se fracturó. Otros dos fragmentos, descritos en el siglo XX, se encuentran al norte de las islas Salomón y en torno a las islas de Cook, afirma un grupo internacional de geólogos y geofísicos en un artículo publicado la semana pasada en Science Advances.
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Por medio de esta 'superpluma', una gigantesca chimenea conductora conectada con la zona externa del núcelo terrestre (a 3.000 kilómetros de profundidad), un gran flujo de roca fundida salió rápidamente a la superficie y formó una región abundante en volcanes, similar a la que se observa actualmente en Hawái. Posteriormente, el movimiento tectónico de la corteza rompió aquella meseta volcánica y la separó en varias partes, pero estas mantuvieron unas propiedades físicas similares, lo que permitió a los científicos intuir que formaban un todo en el pasado. Así lo público RT
Los investigadores llegaron a la identificación del fragmento sur, conocido como meseta de Hikurangi, midiendo las velocidades de las ondas de presión ocasionadas por terremotos o explosiones artificiales, que resultaron "inusualmente altas". A medida que salen de Nueva Zelanda hacia el este o noreste, estas se aceleran notablemente, hasta expandirse en dirección horizontal a nueve kilómetros por segundo.
En la investigación ayudó especialmente la propagación de las ondas de un sismo de magnitud 2,5 registrado el año 2011 entre las islas Norte y Sur. Aunque fue débil, se percibió en distintos puntos de observación en una variada gama de ondas. A partir de los datos sismográficos, los científicos calcularon que la meseta está hecha en gran parte de olivina, un tipo de roca proveniente del núcleo terrestre, y distinguieron incluso el contorno de la "cabeza de una superpluma agotada en forma de un hongo", que se extiende en al menos 1.000 kilómetros.