NEO, escrito así, con mayúsculas, no es el nombre del mesiánico protagonista de la saga Matrix, sino las siglas de una amenaza potencialmente apocalíptica: los objetos cercanos a la Tierra (por el inglés Near-Earth Objects). Y es que no hablamos de objetos en plan “chatarra-espacial-que-flota-plácidamente”, sino del tipo “pedruscos-a-gran-velocidad-que-como-se-estrellen-contra-nosotros-nos-dejan-hechos-canela”.
Los asteroides y cometas cuyas órbitas pasan cerca de la terrestre no son pocos –de los 600.000 asteroides conocidos en el Sistema Solar, más de 16.000 son NEO–, y pueden medir decenas de kilómetros.
¿Recuerdas el meteoro que causó grandes destrozos y casi 1.500 heridos en Cheliábinsk (Rusia) en febrero de 2013? Estalló a 20.000 metros de altura y liberó una energía de 500 kilotones –30 veces superior a la de la bomba nuclear de Hiroshima–. Bien, pues aquel objeto no llegaba a los 20 metros de diámetro. Imagínate lo que provocaría un asteroide diez, cien o mil veces mayor.
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¿Cómo podemos protegernos contra estas devastadoras pedradas siderales? ¿Realmente está en nuestra mano evitar que un asteroide nos extinga o estamos totalmente expuestos al azar? Amy Mainzer, investigadora principal de la misión de caza de asteroides de la NASA en el Laboratorio de Propulsión a Reacción de Pasadena (California) cree que la clave radica en detectar las amenazas con mucha antelación para tener margen de maniobra.
“Si encontramos un objeto a solo unos días del impacto, eso limita enormemente nuestras opciones, por lo que hemos centrado nuestros esfuerzos en localizar los NEO cuando aún están muy lejos de la Tierra, para brindar la máxima cantidad de tiempo de reacción y abrir así un abanico más amplio de posibilidades de mitigación”, comentó Mainzer esta semana en la reunión de abril de la American Physical Society, donde explicó el trabajo que realiza la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA.
Negro sobre negro
¿Cómo divisar con suficiente antelación los asteroides potencialmente peligrosos? No es fácil. Se trata de una tarea similar a detectar un trozo de carbón en medio del cielo nocturno. “Los NEO son intrínsecamente tenues, casi imperceptibles, porque la mayoría son muy pequeños y están muy lejos de nosotros –señaló Mainzer–. A eso hay que añadir el hecho de que algunos son tan oscuros como el tóner de una impresora, por lo que tratar de detectarlos contra el negro del espacio es muy difícil”.
Por todo ello, el equipo de Mainzer se ha centrado en detectar los asteroides no por su luz visible, sino por su calor. Tanto los asteroides como los cometas son calentados por el Sol y, por tanto, brillan con intensidad en longitudes de onda térmica (infrarroja). Y ahí es donde entra en escena el telescopio explorador de infrarrojos de campo amplio de objetos cercanos a la Tierra –NEOWISE, por sus siglas en inglés–. “Gracias a la misión NEOWISE podemos detectar objetos con independencia del color de su superficie y usarlos para medir sus tamaños y otras propiedades”, indicó Mainzer.
Con esos datos, su equipo es capaz de hacerse una idea de dos aspectos críticos a la hora de elaborar una estrategia defensiva: las dimensiones y la composición del NEO potencialmente peligroso. Porque una de las posibles contramedidas consiste en empujar físicamente el objeto para desviarlo de su rumbo de colisión y, a fin de calcular la energía requerida para ese empujón, es indispensable conocer su masa, su volumen y los materiales de los que está formado. Y si se optara por destruirlo con una bomba nuclear, esos datos serían igualmente valiosos.