La música tiene el poder de transmitir emociones y aplacar nuestro estado de ánimo. Además, ciertas canciones pueden producirnos una irrefrenable necesidad de bailar o de, al menos, mover alguna parte de nuestro cuerpo mientras hacemos otra cosa: incluso trabajando podemos acabar tamborileando con un boli o agitando el pie. Al hacerlo sentimos una sutil sensación de placer. ¿Alguna vez se ha preguntado por qué o cómo ocurre esto?
Averiguarlo no solo es curioso, sino que también puede ayudar a perfeccionar tratamientos de dolencias neurodegenerativas basados en la música. Tomas Matthews, investigador en la Universidad Concordia (Canadá), ha escrito un artículo en The Conversation para explicar por qué no podemos evitar bailar cuando escuchamos música. En gran parte se ha basado en una investigación que tanto él como otros investigadores publicaron recientemente en PLOS One. Ahí, los científicos concluyeron que el ritmo no es la única causa que nos hace querer mover el esqueleto. Es necesario que este se combine con las síncopa. Además, esta sensación depende en gran medida de la armonía de la canción.
La música no es solo ritmo, también es armonía, melodía, timbre, estructura, interpretación y otras muchas cosas», ha escrito Matthews. En una serie de estudios (…) mis colegas y yo hemos ido más allá del ritmo y, al hacerlo, hemos intentado desentrañar los componentes emotivos y motores de mover el esqueleto».
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Ritmo, no demasiado previsible
Lo más esencial para bailar es el ritmo. Este surge cuando un sonido se repite de forma regular, de modo que el oyente puede predecir las notas futuras y sincronizar sus movimientos con la música. Pero si solo se tratase de esto, probablemente acabaríamos aburridos del ritmo.
Según ha escrito Matthews, es fundamental que la música tenga ciertos toques de impredicibilidad. Cuando las notas caen en medio de los golpes de ritmo, lo que se conoce como síncopas, se genera una cierta tensión que reaviva nuestra atención y nos hace disfrutar más de la música.
Pero no vale cualquier síncopa. Maria Witek, investigadora en la Universidad de Birmingham (Reino Unido) mostró, en un estudio hecho con 50 diferentes ritmos, que las síncopas más placenteras tienen un carácter intermedio: si generan un ritmo demasiado impredecible, desconectamos de la música. Si no hay apenas sincopación, y la música empieza a recordarnos a un metrónomo o un intermitente de coche, acabaremos aburridos.
La música nos anima a poner a prueba nuestras predicciones de cuándo ocurrirán las próximas notas», ha escrito Matthes. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que movernos con el ritmo?.