Madrid, 4 ene (EFE).- Un encuentro con pulpos es "lo más parecido a encontrarnos con un alienígena", pues su mente ha evolucionado de forma totalmente distinta a la de los humanos, tienen una alta capacidad intelectual, ligada en parte a su "descentralizada y rica experiencia sensorial", apunta el científico Peter Godfrey.Smith.
Lo desarrolla en "Otras mentes: el pulpo, el mar y los orígenes de la consciencia" (Ed. Taurus) este filósofo y científico australiano, profesor de la Universidad de Sidney y quien describe este libro en una entrevista telefónica con EFE como "de filosofía y también acerca de los animales y la evolución".
Para Godfrey-Smith, su ensayo recién publicado en español pretende "aproximarse a entender la evolución de la experiencia subjetiva como aspecto de la mente", donde surge la cuestión de qué animales tienen este tipo de experiencia y cuáles no: "y los pulpos probablemente la tengan", asegura.
Aunque los antepasados comunes más recientes entre humanos y cefalópodos datan de hace 600 millones de años, en la idiosincrasia de los pulpos se encuentran características similares a las nuestras como, por ejemplo, el ojo de cámara, "que tiene una lente ajustable y enfoca una imagen sobre una retina", explica Godfrey-Smith.
Otros de los rasgos de estos invertebrados marinos son: su carácter "oportunista", su capacidad para adaptarse a nuevas circunstancias o su memoria, que incluye una a corto y otra a largo plazo y, en el caso de las sepias, también una episódica, capaz de retener acontecimientos ocurridos en el tiempo, y no sólo hechos.
Pero la inteligencia de los pulpos es también muy diferente a la de los seres humanos, por lo que el filósofo sugiere que, si queremos comprender "otras mentes", las mentes de los cefalópodos son las ideales al ser las más singulares.
El autor se cuestiona pues "cómo debe ser el ser pulpo", y si estos animales son conscientes de sí mismos, dado su sistema nervioso "mucho menos centralizado que el nuestro", con unas 500 millones de neuronas repartidas por todas sus extremidades que otorgan a cada brazo cierta independencia del resto del cuerpo.
Godfrey-Smith, quien también ha impartido clases en universidades estadounidenses como Harvard y Stanford, es además aficionado al buceo, y cuenta que estudió el comportamiento de los cefalópodos en Octópolis, una suerte de comunidad de pulpos que sorprendió a los especialistas, pues hasta el momento se ha considerado a estos animales como seres solitarios.
A unos 15 metros bajo la superficie, en aguas someras de la costa oriental de Australia, Octópolis -como fue bautizada por sus descubridores- supone un experimento de convivencia para los pulpos que, acostumbrados a vagabundear solos en busca de sus presas, han aprendido a coexistir y "han podido desarrollar capacidades sociales sin precedentes", aduce este autor.
Allí, observó a pulpos y a jibias, quedó fascinado con su alto nivel de interacción, sus cambios de color "en cuestión de segundos" -aún más teniendo en cuenta que la mayoría de cefalópodos son ciegos a los colores-, y desolado con la breve duración de sus vidas, de apenas dos o tres años, relata.
Una vez conquistado el lector con la belleza de estos antiguos moluscos, Godfrey-Smith repasa las dificultades que atraviesa la biodiversidad marina, como la sobrepesca o la acidificación de los océanos, para animar a proteger lo que -recalca- no sólo es el hábitat de estas especies, sino "el origen de todos nosotros".