Cuando el telescopio espacial James Webb ocupe su posición definitiva, en el segundo de los puntos de Lagrange –una región donde puede permanecer estacionario respecto al Sol y la Tierra–, a 1,5 millones de kilómetros de nuestro planeta, se convertirá en una de las herramientas científicas más valiosas construidas hasta la fecha para el estudio del cosmos.
Este ingenio cuenta con un espejo primario de 6,5 metros de diámetro –será el más grande situado en el espacio– formado por 18 segmentos fabricados en berilio y recubiertos por una capa de oro, y su principal misión será buscar la luz emanada de las primeras estrellas y galaxias, y aportar datos sobre su evolución, la formación de los sistemas planetarios y los orígenes de la vida.
Para ello, sus instrumentos observarán en infrarrojo cercano y medio, un rango de longitudes de onda que le permitirán, por ejemplo, ver a través de las nubes de polvo y gas y captar los fenómenos que tienen lugar en su interior y estudiar las atmósferas de los mundos extrasolares en busca de moléculas que se suelen relacionar con los procesos biológicos, como agua, metano, oxígeno o monóxido y dióxido de carbono.
El lanzamiento del telescopio estaba previsto para octubre de 2018. No obstante, en un reciente comunicado, la NASA ha anunciado que este tendrá lugar finalmente entre marzo y junio de 2019, y que el James Webb despegará desde la base espacial europea de Kourou, en la Guayana Francesa, a bordo de un cohete Ariane 5.
Un proyecto muy complejo
Thomas Zurbuchen, administrador asociado de la Dirección de la Misión Científica de la NASA, ha aclarado que la demora no se debe a problemas de hardware o de funcionamiento técnico. La cuestión, según indica, es que la integración de algunos de los elementos de la nave está llevando más tiempo del esperado. Según Zurbuchen, este ajuste no afectará al presupuesto –el desarrollo del telescopio espacial, un proyecto internacional en el que además de la NASA participan la Agencia Espacial Europea y la de Canadá, ya ha costado 8.800 millones de dólares– o a los objetivos del proyecto. De hecho, asegura que los análisis y pruebas de los instrumentos están siendo satisfactorios.
"La propia nave espacial y el escudo que protege su equipamiento de la radiación solar y evita que esta interfiera con sus sensores son estructuras grandes y complejas, y algunas tareas, como la instalación de más de cien dispositivos de liberación en esta membrana protectora están tardando más de lo previsto", ha señalado Eric Smith, director del programa James Webb.
El citado escudo es una de las piezas más llamativas del observatorio y constituye una audaz obra de ingeniería. Está integrado por cinco láminas de kapton, un polímero resistente al calor, dispuestas unas sobre otras y separadas por unos centímetros. Esta configuración consigue que se reduzca rápidamente la temperatura, de modo que entre la capa más externa, esto es, la más expuesta al Sol, y la más interna, la más próxima al espejo primario, se pasa de los 84 ºC a los 230 bajo cero.