En ocasiones, los aficionados a la ciencia realizan descubrimientos que, primero, sorprenden y, luego, ayudan a quienes se dedican a ella profesionalmente. Y un nuevo ejemplo de esta valiosa colaboración lo acabamos de tener en estos mismos días.
Un grupo de aficionados a las auroras boreales conocido como The Alberta Aurora Chasers, remitieron a la Universidad de Calgary, en Canadá, la imagen de lo que ellos consideraban que podía ser un tipo de aurora muy poco común.
Los autores de la foto preguntaban si podía tratarse de un arco de protones. Pero, dado que se trata de un fenómeno que no suele resultar visible, los especialistas de la universidad canadiense llegaron a la conclusión de que lo que habían fotografiado los aficionados de Alberta era otra cosa. Así que pidieron la colaboración de los instrumentos de Swarm, una misión de la Agencia Espacial Europea para estudiar el campo magnético de la Tierra.
Y los datos aportados por Swarm revelaron que el fenómeno se producía a una altura de unos 300 kilómetros sobre la superficie de nuestro planeta, provocando además un brutal aumento de la temperatura.
La conclusión de los científicos es que se trata de un nuevo fenómeno atmosférico no observado hasta la fecha, y al que han bautizado con el nombre de Steve.
En Quo nos pusimos en contacto con el astrofísico Fernando Jáuregui del Planetario de Pamplona, quien nos comentó que: “Es un hallazgo interesantísimo ya que se trata de un fenómeno desconocido en el complejo de las auroras boreales y australes”.
Para Jáuregui lo más llamativo del mismo es : “La gran altura a la que se produce. 300 kilómetros de altitud”. Muy superior a la que suelen producirse la mayoría de las auroras boreales. “Habrá que estar atento a los nuevos datos que se vayan conociendo sobre Steve”.
Y lo más curioso de todo, es que Steve parece ser un fenómeno bastante más común de lo que pudiera creerse, lo que ocurre es que hasta ahora nadie se había percatado de su existencia. “Hace veinte años descubrir algo así era casi imposible”, nos explica Jáuregui. “Pero ahora, los científicos profesionales, y también los amateurs, monitorizan el cielo antártico casi al milímetro, y gracias a ello ha sido posible realizar este hallazgo”.