Sergio Ramírez Mercado descalifica al teatro y a los teatristas nicaragüenses

Leer a Sergio Ramírez Mercado como cuentista y novelista siempre me ha resultado gratificante, por su magistralidad para justificar en su narrativa, las fronteras entre lo real y lo fantástico, entre la historia y la ficción.

No solo Mario Benedetti sino también Carlos Fuentes, entre un buen número de reconocidos escritores hispanoamericanos, han dicho ya que, quizá más que la mayoría de autores vivos de la región, Sergio Ramírez es el narrador contemporáneo que mejor representa en su obra la realidad centroamericana. Por ello, ha sido catalogado como el más importante referente indiscutible de la literatura hispanoamericana, cuyo oficio merece reflexión, cuando él mismo apunta en una entrevista a Club de libros de San José, Costa Rica, realizada por Manuel Delgado: “Mi oficio de escritor me permite una libertad que no tiene el historiador. Él tiene que sustentar lo que afirma. En cambio para mí la única responsabilidad es darle al lector una novela que haga que el lector crea que todo es verdad”.

Sin embargo, su escrito en la contraportada del libro de Lucero Millán “Teatro, política y creación, Una aproximación al Teatro Justo Rufino Garay” me dejó el sinsabor de una persona ajena e incompetente sobre el quehacer teatral en Nicaragua y alguien que escribe por un compromiso de amistad.  En una de sus partes afirma: “Teatro, política y creación es el testimonio ejemplar del empeño de una vida por el teatro.  La vida de Lucero Millán.  Muy joven llegó a Nicaragua desde México en los inicios encantados de la revolución y desde entonces el Teatro Justo Rufino Garay, que fundó, como manera de llegar a la sociedad, “como instrumento de comunicación hacia los demás”, se convirtió en la razón de su existencia, y tras tantos años lo sigue siendo con el mismo brillo. Su experiencia es la del teatro en singular, y hay pocos ejemplos de creatividad tenaz que se le comparen, en un país donde sin ella, echaríamos en falta al teatro y lo que tendríamos sería una oquedad.  Lucero nos ha salvado del páramo desierto.  No sé que más podríamos pedirle a Lucero Millán, sino que siga para siempre entre nosotros”.

Doblemente ha sido el sinsabor porque leí en “Enciclopedia de Nicaragua”, una obra en dos volúmenes de Océano Grupo Editorial 2001, una valoración del escritor Sergio Ramírez Mercado sobre la literatura nicaragüense, descartando casi en su totalidad la actividad teatral, a la que no se le pudo anotar, no ya desde la perspectiva de una dramaturgia nacional –la que enumera someramente– sino de la meritoria labor escénica de las agrupaciones teatrales señalando como título: “El teatro: escenario casi desierto”, al que le dedica la siguiente apreciación: “La ausencia de una dramaturgia nacional tiene que ver, por supuesto, con la falta de la actividad teatral, que nunca ha dejado de ser, salvo en contados casos, más que el fruto del entusiasmo de aficionados.  Durante los años de la revolución esta actividad se multiplicó con sentido popular y se formaron grupos teatrales campesinos, de barrio, en las fábricas, y aún en los cuarteles de policía y del ejército; pero no se dio un salto hacia la escritura dramática generalizada como hecho artístico, ni hacia el profesionalismo en la actuación”.

¿Por qué ahora el escritor Ramírez Mercado adula a Lucero y su grupo Justo Rufino Garay, al mismo tiempo que anula al movimiento teatral nicaragüense? ¿Es decir que en el 2001 el Justo Rufino Garay era parte aún de ese “fruto del entusiasmo de aficionados y de la falta de profesionalización en la actuación”?  ¿Por qué decir ahora que sin ella no existe el teatro en Nicaragua?

¿Acaso el proyecto de profesionalización creado en 1984 por la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura (ASTC) que incorporó a esta y otras agrupaciones y la independencia de este grupo del Sistema Sandinista de Televisión (SSTV) en 1984 al obtener su sala propia, no eran parte de su profesionalización? ¿Qué coincidencias existirán para que ahora sí exista el Grupo Justo Rufino Garay y Lucero Millán sea la superheroína del teatro nicaragüense?

Craso error y contradicción estimado Sergio.  Perdió la perspectiva y la ecuanimidad. Es cierto que el Grupo Justo Rufino Garay ha sido una de las agrupaciones más destacadas de la escena en Nicaragua, también es cierto, como usted bien señala en su escrito que: “Lucero ha creado una sala de teatro, una cartelera permanente, un escenario, ha formado actores y sobre todo ha creado un público en contra de todas las adversidades, las carencias y la desidia”, pero de eso a que “sin ella echaríamos en falta al teatro y que nos ha salvado del páramo desierto”, lo que demuestra es una falta de conocimiento de todo el quehacer teatral en Nicaragua.

Grupos

No tomó en cuenta la fructífera labor de los grupos experimentales de teatro de los años 60 y 70 que, con creatividad, audacia, en contra de carencias y adversidades, fundaron un movimiento teatral con muchas propuestas y buenos resultados en las figuras de Alfredo Valessi, Jesús Miguel Blandón, Pilar Aguirre, Evelyn Martínez, Jaime Alberdi, Alberto Icaza, Tacho Sánchez, Alan Bolt, Iván Argüello, Xiomara Centeno, José Arias, Charles Delgadillo, Johny Villares, Mario González Gramajo, Xavier Espinosa y nuestra maestra eterna del teatro Socorro Bonilla Castellón con su Comedia Nacional de Nicaragua, quienes están celebrando este año medio siglo de existencia, con actores y actrices de nivel profesional como Marina Obregón, Mayra Bonilla, Erasmo Alizaga, Ivonne García y Aníbal Almanza.

Reniega del teatro producido en los años 80, necesario y emergente –que él mismo ayudó a gestar– que a pesar de haber llegado a contabilizar más de trescientas agrupaciones de aficionados en el país, también sobresalieron de manera profesional y excepcional el Grupo Nixtayolero con Alan Bolt y Valentín Castillo, Teyocoyani con Filiberto Rodríguez y Alfredo Rivera,  Teatro de Títeres Guachipilín, con Gonzalo Cuéllar y Zoa Meza, Teatro Experimental Miguel de Cervantes, con Jeanette Jarquín y Néstor Méndez; Cadejo con Julio Saldaña y Pedro Quiroz; Teatro Roque Dalton con Baltazar López y Leandro Sánchez; Teatro Estudio de Nicaragua con César Paz; Teatro Teuca con Guillermo Madrigal y Teatro Talía con Evelyn Martínez, Pedro Galarza, José Arias, Gonzalo Zapata y Pilar Aguirre.

Desconoce lo notable del teatro de los años 90 hasta la actualidad con agrupaciones y organizaciones como Eko, Quetzalcóatl, Movimiento de Teatro Popular Movitep, Excente, Dramazul, Mayboarte, Cadejo, Lleca Teatro, Oscurana y Quiebraplata, El Bosque, Lautaro Ruiz, Teatro Teuca, Drugos, Teatro Erasmo Alizaga, Dante Teatro, sin olvidar las grandes producciones del Teatro Nacional Rubén Darío como “La verdadera historia de Pedro Navaja”, “Bodas de Sangre”, “El Güegüense” con varias versiones, “Pinocho” y “La Zapatera prodigiosa” con su Compañía Profesional de Teatro y la excepcional producción dramatúrgica de Luis Harold Agurto, Ernesto Soto Larios, Gloria Elena Espinoza de Tercero, Isidro Rodríguez Silva, Zoa Meza y Adolfo Torres.

Además, se le fue por alto lo más relevante de los grupos de teatro universitarios que han demostrado grandes capacidades proyectando importantes talentos entre actores, actrices y agrupaciones entre ellos Nabucodonosor Ganímedes y su Grupo PEUA, Aurelio Núñez con el Grupo Quiguina, Ariana McGuire del Grupo Drugos, La Tablas Unica y toda la labor de profesionales creando agrupaciones en la universidades como Aníbal Almanza, Mayra Bonilla, Marina Obregón y Alicia Pilarte.

Investigación

Estos y otros resultados con más detalles de los que aquí apunto, se pueden encontrar en el Diagnóstico del Teatro en Nicaragua Proyecto Carromato financiado por ASDI que elaboré en el año 2005 y actualizado en 2010, producto de una investigación científica e histórica que sí demuestra la verdad y en la que no aparece esa dimensión fantástica de su escrito sobre el Grupo Justo Rufino Garay y su directora Lucero Millán.

Todas las opiniones que se han vertido sobre si hay o no tradición teatral en Nicaragua han estado mediatizadas, unas veces por el desconocimiento y otras por la discrepancia de concepciones teatrales que no es otra cosa que diferencias ideológicas desde las cuales se valora el fenómeno teatral. De cualquier manera, es importante destacar que a la  dramaturgia nacional no hay que circunscribirla o encerrarla a lo estrictamente literario, pues desde hace mucho tiempo –y es válido– se viene utilizando el término de una dramaturgia del espectáculo, de la puesta en escena en su totalidad, es decir, de todos aquellos elementos que intervienen en el proceso creativo de una determinada obra (la música, la escenografía, el lenguaje no verbal o el sentido de los gestos, signos o símbolos) que determinan una propuesta estética y que finalmente brindan un resultado escénico, ya sea colectivo o individual.

Es urgente hacer un recuento histórico de lo que ha sido nuestro teatro y a partir de ahí hacerlo revivir de los epitafios mal intencionados de algunos seudoeruditos que nunca ven teatro. Ya no permitamos más que se califique a la actividad teatral como un escenario casi desierto.

Ojalá que este texto del escritor Sergio Ramírez Mercado no sea más que una invención, en la que le haga creer al lector que todo lo que escribe es verdad.

Actor, productor artístico e investigador cultural.