Edgar Martínez se entrenó para cada aspecto de su carrera.
Como jugador, se pasó casi dos décadas haciendo ejercicios visuales diarios para sobreponerse a estrabismo, un padecimiento que impide que los ojos vean en conjunción. En lugar de dejar que eso se convirtiera en una excusa para renunciar al béisbol, Martínez se convirtió en probablemente en el mejor bateador derecho de su generación y el prototipo de lo que puede ser el bateador designado.
Como coach, era un planificador meticuloso, a menudo uno de los primeros en los camerinos todos los días. Antes de hacer swings en las prácticas de bateo _ más de una década después de su último partido _Martínez se pasaba una semana en prácticas de bateo. No había manera de que fuese a estar poco preparado antes de dar una demostración que los jugadores y otros entrenadores no iban a olvidar.
¿Por qué su entrenamiento y su preparación iban a ser nada diferente para su discurso en el Salón de la Fama?
“Pienso que es como todo, si quieres hacerlo bien tienes que practicar”, dijo Martínez. “En cierta forma es así. Te estás preparando para una actuación, ya sea batear en un partido o hacer un discurso”.
Martínez entrará al Salón de la Fama el domingo, el primer jugador en pasarse toda su carrera con los Marineros de Seattle _ 18 temporadas en total _ y llegar a Cooperstown.
Sus números son increíbles, pero a menudo ignorados pues la mayoría de su carrera se la pasó en un equipo en el Pacífico Noroeste que hasta la mágica campaña de 1995, cuando la franquicia accedió por primera vez a los playoffs en forma dramática, apenas recibió atención nacional.
Martínez bateó para .312, con 309 jonrones en 2.055 partidos con los Marineros. Sus números habrían sido mucho más impresionantes si se hubiese establecido en las Grandes Ligas antes. Martínez nunca jugó más de 100 partidos en las mayores hasta que cumplió 27 años.
“Día a día estaba preparado”, dijo su compañero de equipo Ken Griffey Jr. “Treinta, 40 años atrás, el bateador designado era un jugador viejo que estaba a punto de retirarse, pero un favorito de los fanáticos, que lo querían en el equipo. Ahora, se trata de tipos que batean bien y juegan todos los días”.
“Y él lo hizo posible”.
Ya sea el orgullo de sumarse a la fraternidad de jugadores puertorriqueños o su afecto por la única franquicia con la que ha estado asociado, Martínez está agradecido con todos lo que le ayudaron.
“Mucha gente jugó un papel en mi éxito y yo tengo que condensarlo en 12 minutos. Estoy a punto de tenerlo listo”, dijo Martínez de su discurso.
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Tom Davidson fue uno de los que ayudó.
“Le dijimos: ‘Danos 10 días y veremos lo que piensas’”, recuerda Davidson.
Apodado el “tipo del ojo” por sus compañeros, Dabidson comenzó a trabajar con Martínez a finales de la década de 1990. Por casi un decenio, Martínez había estado haciendo ejercicios oculares luego que el doctor Douglas Nikaita le diagnosticó el estrabismo.
La técnica de Davidson se convirtió en otro paso en el entrenamiento visual. Davidson desarrolló un sistema usando pelotas de tenis a alta velocidad para ayudar a fortalecer y entrenar los ojos para reconocer lanzamientos.
El entrenamiento involucró observar las pelotas de tenis, que tenían números pequeños escritos en ellas, y tratar de enfocar los ojos y leer los números cuando pasaban, a veces a 130 millas por hora o más.
Como dice Martínez, un lanzamiento a 90 mph no se ve tan rápido tras ver pelotas de tenis pasar a 130 mph o más.
“Los ojos preparan el cuerpo para el éxito”, dijo Davidson. “Eso es lo que Edgar me dijo siempre. Y mientras más tiempo ves la pelota salir de la mano y acercarse al bate, eso te da el tiempo necesario para ajustarte. De eso se grata el entrenamiento”.
Martínez bateó .305 en sus últimas siete campañas tras trabajar inicialmente con Davidson. Lideró la liga dos veces en promedio de embasado en ese período y empujó 145 carreras en el 2000, a los 37 años de edad.
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Esos swings durante la parte final de su carrera quizás no hubieran sido tan impresionantes a lo que hizo un día en Texas hace un par de años atrás.
Scott Servais nunca se había cruzado con Martínez hasta que fue contratado como manager de Seattle en 2016. Martínez fue el coach de bateo del previo régimen y permaneció en el grupo de preparadores. Aparte de saber de la reputación de Martínez como bateador durante la era en la que coincidieron como jugadores, Servais rara vez le vio en acción.
Hasta que llegó ese día en Houston durante una temprana sesión de bateo.
“Nos quedaban otros 20 minutos o algo así y le dije: ‘¿Edgar quieres probar un poco?’”, recordó Servais.
¿Qué pasó cuando el hombre con más de 50 años se puso a batear?
“Se puso los sudados guantes de bateo de otro, agarró un bate y para el tercer o cuarto swing, mandaba batazos contra el muro y las vías de tren”, dijo Servais. “Uno nunca se olvida de esas cosas”.
Lo que Servais quizás no sabía era que Martínez llevaba casi una semana en la caja de bateo, viendo pitcheos y tomando swings. No iba a improvisar.
“Ensayé un poco”, dijo. “Es el entusiasmo. De cierta forma, un poco de adrenalina también. Fue divertido. No lo haría otra vez”.
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Griffey es el rostro de la historia del béisbol de Seattle, pero Martínez es el más querido. Toda una carrera con un equipo, más su personalidad afable, convirtieron a Martínez en un ídolo en la región.
Griffey será siempre el primer jugador con el logo de los Marineros en el Salón de la Fama y tiene una estatua frente al T-Mobile Park.
Pero está erigida donde convergen el “Edgar Martínez Drive” y la “Dave Niehaus Way”.
“Edgar es Edgar. No pide mucho. Se enorgullece en todo lo que hace”, dijo Griffey. “Cuando le pides encargarte de algo, siempre quiere ser el mejor”.