“¡Monociclo, monociclo!”, es el grito amistoso y saludo que vecinos y conocidos hacen a Carlos Guevara, un estudiante de quinto grado, que recorre, en su monociclo, las calles polvosas y empedradas de Candelaria de La Frontera, en Santa Ana, El Salvador.
En una de sus manos sostiene, con firmeza, varios cartones de huevos que sus padres venden y él reparte a las personas que viven en esa comunidad. Debido a la difícil situación económica que enfrenta su familia, desde hace unos meses, el niño se ofreció a ayudar con lo que pudiera.
Los baches y piedras, comunes en los caminos de Candelaria, no impiden que el niño lleve a cabo su ruta, lo hace casi como un juego, en su rostro se ve que se divierte, aunque constantemente deba secar el sudor de su frente, continúa, impávido, bajo el sofocante calor del día. Al principio, sus padres no estaban de acuerdo con que trabajara por su corta edad, pero la insistencia del pequeño fue tal, que accedieron a permitirle que hiciera lo que tenía planeado.
“Tuvo que practicar mucho”, dice Adilso Guevara, padre del niño. La idea de comprar un monociclo surgió como un deseo que el padre de Carlos siempre tuvo en su infancia y no lo consiguió cumplir. “Cuando lo veo, disfruto. Siento que soy yo de niño”, dice, a la mitad de una sonrisa, quizá sea un recuerdo.
Carlos relata que las primeras veces que usó el monociclo, se cayó y se golpeó constantemente, pero con el paso de los días, la habilidad de transportarse sobre una sola rueda creció hasta alcanzar el equilibrio y el dominio de los pedales. El estudiante señala que la lluvia, más que el sol, es su peor enemiga: es más complicado usar su monociclo, las calles se vuelven pistas de lodo y, solo entonces, no queda otra opción que caminar.
[GALERÍA] Sobre una sola rueda y sosteniendo cartones de huevos en sus manos, Carlos Guevara, de 11 años, recorre las calles de Candelaria La Frontera, en Santa Ana. Esto lo hace para ayudar a sus padres económicamente.https://t.co/Rc6MRlqQOM
— elsalvador.com (@elsalvadorcom) September 30, 2020
“Como quisiera que arreglaran las calles”, dice Carlos acompaña a su deseo de un suspiro. Los tres kilómetros diarios que recorre el niño fuesen bastante más fáciles si los caminos de su comunidad fueran otros: mejores. Cuando esas difíciles calles hacen que pierda la fuerza en las piernas, o en las zonas más inclinadas del terreno, toma la opción de descansar bajo la sombra de un árbol, por unos pocos minutos. Carga consigo una pequeña botella de agua para hidratarse y retomar energías.
Un estudiante ejemplar y un orgullo en Candelaria
Ayudar a sus padres no impide que Carlos siga con sus estudios. Cada mañana, antes de subir al monociclo, toma sus lápices, cuadernos y se dispone a cumplir con las tareas de la escuela. “Él hace todo lo que puede”, relata su padre. Vivir en una zona rural, rodeado de mucha pobreza, ha sido un desafío para el pequeño y sus padres, sobre todo cuando las autoridades de educación impulsaron las clases virtuales. “Me cuesta más”, dice. Sus padres hacen todo lo posible por ayudarlo.
Sentado y apoyado sobre una pequeña mesa, Carlos dedica un par de horas a leer las guías de clases y resolver las tareas. Sus padres recargan con internet una pequeña y antigua tableta para que pueda mantenerse al día en su proceso de aprendizaje pero, a veces, casi siempre, la señal falla en ese remoto lugar. Cuando consigue, con problemas, terminar su jornada de estudio, guarda sus pertenencias y toma su monociclo para seguir.
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“Mi hijo es todo terreno”, dice Adilso y hace enfásis en que carlos disfruta caminar por senderos y montañas. A su corta edad, el niño no gusta de jugar en un teléfono o dispositivo electrónico, prefiere salir con su monociclo en busca de “aventuras”, como les dice.
“Él es un buen niño. ¿Quién no quisiera tener un hijo así?”, dice, orgullloso, el padre. Incluso, comenta que sus vecinos y amigos expresan admiración por las decisiones del menor. Carlos es conocido por ser un niño altruista. “Mi hijo ayuda a todos”, concluye el padre informó El Diario de Hoy.