Conmemoran 39 años del asesinato de San Óscar Arnulfo Romero

aniversario de muerte

Un 24 de marzo fue asesinado en 1980 el entonces arzobispo de San Salvador, monseñor Óscar Arnulfo Romero, mientras ofrecía una misa.

El padre Óscar Arnulfo Romero, santificado en octubre de 2018 por el papa Francisco, nació en El Salvador el 15 de agosto 1917, en la Ciudad Barrios, departamento de San Miguel. Su familia, de origen humilde y modesta, estaba constituida por su padre, Santos, su madre, Guadalupe, y sus siete hermanos. 

Luchador de derechos humanos

 

Monseñor Romero se caracterizó por ser un siempre incansable luchador de los derechos humanos. Abrió las puertas de la Iglesia a los campesinos desplazados y condenó la represión del Ejército durante la guerra civil salvadoreña (1980-1982). A lo largo de su vida se encargó de denunciar la violencia militar, razón por la que fue asesinado.

"El Gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común", dijo Romero en 1977, durante una entrevista a un periódico local.

 

Los primeros conflictos del santo de América surgieron a raíz de su oposición a los sectores económicos del país, sector que junto a la estructura gubernamental salvadoreña, alimentaba la escalada de violencia institucional.

A raíz de sus reiteradas denuncias, comenzó ser objeto de una campaña de descrédito contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma. A través de la prensa escrita era insultado y calumniado. 

Sentencia de muerte

 

El domingo 23 de marzo de 1980, San Romero pronunció su última homilía, la que fue considerada como una sentencia de muerte, debido a la fuerte denuncia que realizó: “En nombre de Dios y de este pueblo sufrido… les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”, urgió.

Un día después, el 24 de marzo, el santo fue asesinado por un disparo en la cabeza, mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia en la capital salvadoreña.

Murió a manos de un francotirador que formaba parte de los escuadrones de la muerte de ultraderecha, financiados por la Agencia Central Estadounidense (CIA). 

Sus funerales, llevados a cabo el 30 de marzo, fueron escenario de una manifestación popular, a la que acudieron campesinos, obreros, estudiantes, hombres, niños y las mujeres de los cantones.

"La palabra queda, y ese es el gran consuelo del que predica. Mi voz desaparecerá pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que la hayan querido recoger" (San Romero, 1978).