Papa visitará albergue de enfermos con VIH-Sida en Panamá

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PANAMÁ (AP) —  Como muchos otros coterráneos jóvenes de su comarca indígena, Raúl Tugrí salió de esa zona pobre de Panamá para buscar oportunidades en la capital del país. Encontró trabajo en un supermercado, pero cayó en el desenfreno y el alcohol y hace cuatro años le diagnosticaron VIH.

“Se me vino el mundo abajo”, dijo Tugrí a The Associated Press en una mañana reciente. “Se te derrumban los sueños. Solo piensas en la muerte”.

La casa-hogar “El Buen Samaritano”, un albergue dirigido por un padre de la Iglesia católica, lo recibió hace dos años para tenderle la mano, como ha hecho con decenas de enfermos de VIH-Sida desde que abrió las puertas en un sector de la periferia capitalina en 2005.

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Antes de partir el domingo a Roma y poner fin a su visita a Panamá con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, el papa Francisco compartirá un momento con los 15 enfermos de ese centro, diez varones y cinco mujeres, a los que se sumarán 45 jóvenes más de la calle y en riesgo que reciben atención en un antiguo orfelinato dirigido por una monja católica y otros dos centros de asistencia.

El obispo de Roma ha pedido responsabilidad en el mundo para evitar una mayor propagación del VIH y ha lamentado que millones de personas convivan con la enfermedad y solo la mitad tengan acceso a tratamientos. Asimismo ha llamado a promover la solidaridad para que también los pobres puedan beneficiarse del diagnóstico y tratamientos adecuados.

El primer papa latinoamericano suele exhortar a los jóvenes y adultos a tener un comportamiento responsable para evitar una mayor propagación. También ha tratado de romper el estigma que atormenta a los enfermos de VIH en muchas partes del mundo, Panamá incluido. Hace casi 20 años, Francisco lavó los pies de los pacientes con VIH durante una ceremonia del Jueves Santo como arzobispo en su Buenos Aires natal.

Tugrí figura entre algunos de los que preparan un testimonio al pontífice, además de que le ha tejido dos bolsas con motivos indígenas, una con los colores de la bandera de Panamá y la otra con los colores del equipo de fútbol argentino preferido por el Papa, el San Lorenzo de Almagro.

“Estoy contento, le voy a pedir la bendición”, señaló Tugrí, sentado en una silla de ruedas.

Panamá es considerado por organismos internacionales de salud uno de los países con más casos de VIH-Sida en Centroamérica, después de Guatemala, El Salvador y Honduras. Las autoridades de salud reportan que desde que se originó el primer caso de sida en septiembre de 1984, se han contabilizado hasta octubre de 2018 casi 16.000 casos y 11.336 fallecimientos. Refieren que la mayoría de casos del virus que se registra cada año afectan a una población de entre 15 y 24 años de edad y muchos de ellos provenientes de zonas indígenas. La comarca Ngäbe-buglé, al occidente del país y donde nació Tugrí, es una de las más golpeadas.

La casa-hogar, dirigida por el sacerdote panameño Domingo Escobar, recibió a Tugrí flaco y débil. El albergue había comenzado su labor ayudando a algunos enfermos que dormían en un parque vecino y que habían sido abandonados por sus familiares.

“Esta es una casa por el lugar físico y un hogar porque es como una familia”, dijo a la AP el padre Escobar, quien cuenta con la ayuda de un especialista en infecciones de un hospital público, el aporte de la Iglesia y de benefactores privados. “Aquí se les da sus medicamentos, se les alimenta y se los trata de animar”. Agregó que los atienden por un periodo de meses y se les da libertad de salir hasta que estén bastante recuperados, conscientes de la importancia de los medicamentos, con un lugar donde vivir y aptos para realizar alguna actividad con la que puedan defenderse.

Algunos han muerto aquí y se les ha dado “cristiana” sepultura, dijo el sacerdote.

Lionel Montezuma, de la misma comarca de Tugrí, es reciente en el centro y confecciona pulseras con perlitas que vende en el lugar. Los albergados o residentes participan de las actividades diarias y en una mañana reciente se les vio a tres de ellos, incluyendo a una chica, limpiando el pescado recién comprado en un mercado.

Tugrí, que quedó en una silla de ruedas después de sufrir por una bacteria en el cerebro, dijo que ya puede mover un poco más las piernas. Él tiene un corte bajo de cabello que está de moda, luce collares de metal brillantes y sus ojos destellan.

No quiere hablar del pasado y lo único que aspira es a recuperarse para viajar a su comarca con el fin de orientar a los adolescentes sobre el peligro de la enfermedad.

“Por cuestiones culturales o desconocimiento no tienen cuidado al tener relaciones sexuales”, dijo Tugrí, a quien su madre abandonó de niño.

“Creo que hay que dejar atrás el miedo y la pena de hablar sobre esto”.