El cráneo de una vaca se consume bajo el sol inclemente del 'sertao'. A su lado, un ternero se descompone recostado en un arbusto reseco. Es la imagen de la desolación en el nordeste de Brasil, que vive su peor sequía en un siglo.
En este paraje polvoriento, los ganaderos de la zona semiárida de Ceará dejan sus animales muertos. Entre cactus y arbustos, se cuentan al menos una treintena de esqueletos de vacas, burros y cabras.
"La mayoría de los animales murieron de sed o porque el alimento no fue suficiente. Desgraciadamente, esta es la realidad, el resultado de cinco años de sequía", dice a la AFP Kerginaldo Pereira, un campesino de 30 años, que dejó aquí una de sus vacas y malvendió tres terneras y diez ovejas "esqueléticas", porque no conseguía mantenerlas.
Aunque la sequía ha acompañado la historia de la empobrecida zona semiárida de Brasil, en la memoria colectiva no se recuerda otra peor ni más larga.
Los climatólogos la atribuyen a una combinación perversa de factores: la predominancia de El Niño en el Pacífico, un calentamiento del Atlántico norte y el cambio climático, que en Ceará se tradujo en un aumento de 1,3º en los últimos 50 años.
Desde 2012, prácticamente no ha llovido en el 'sertao'. Prueba de ello: kilómetros y kilómetros de su vegetación -la 'caatinga'- se halla sin hojas y ennegrecida, como si hubiera sufrido un incendio gigantesco.
Los ríos y embalses no están mejor. Las autoridades estiman que las presas están a un 6% de su capacidad, pero algunas literalmente se evaporaron.
La dramática situación plantea, a menudo, una disyuntiva difícil para los habitantes de esta zona ganadera: se consigue agua para los animales o para las personas.
Con pesar, Kerginaldo y las 70 familias del remoto asentamiento de Nova Canaa, en el polo lechero de Quixeramobim, han ido enterrando vacas mientras hacen equilibrios para sobrevivir.
Depender de ayudas
Asearse, lavar ropa o incluso hidratarse se han convertido en lujos en el caluroso 'sertao', que abarca ocho estados de Brasil.
De sus 25 millones de habitantes, al menos tres millones sufren desabastecimiento total de agua, un millón de ellos en Ceará, según cifras del gobierno de ese estado.
Lejos de la recomendación de la Organización Mundial de la Salud -que estima necesarios 100 litros de agua al día por persona- el preciado líquido llega a cuentagotas a comunidades conectadas por caminos de tierra como Nova Canaa, donde las llaves de paso ya son decorativas.
Desde que la sequía se intensificó, el gobierno empezó a llevar agua gratuita a esos vecindarios en camiones cisterna, estimando un consumo de apenas 20 litros diarios por persona.
Como esa agua se acaba rápido, los vecinos deben organizarse para pagar costosos camiones cisterna, ir con sus burros a pozos públicos en los que hacen filas de horas o cavar sus propios pozos en casa consiguiendo agua tan salada que ni los animales la quieren beber.
Aunque demasiado a menudo, también les toca comprar agua mineral por galones.
Toda una fortuna para familias que, con ganado muerto o raquítico y sus pequeños cultivos de frijol y maíz secos, sobreviven de ayudas gubernamentales.
Sus únicos ingresos son el subsidio 'Bolsa Familia' -que temen ver reducido por los ajustes del gobierno de Michel Temer– y una modesta ayuda para cultivos perdidos en los meses más secos. Una familia llega así a unos 420 reales (130 dólares) mensuales; el agua de un camión cisterna ya vale unos 150 reales.
"Un año de sequía lo superábamos tranquilos, porque las represas tenían mucha agua guardada, pero ahora cada día estamos economizando más", resume Clara Carneiro, una ganadera de 67 años, que ahorra en duchas y reutiliza agua al lavar platos y limpiar el suelo para mantener vivas a sus doce vacas lecheras, que beben unos 100 litros diarios de agua.