Por: Stephen Sefton, 10 de marzo 2024
Hay dos caras principales a las múltiples iniciativas de la integración económica en marcha en el mundo mayoritario. Por un lado constituyen mecanismos del reconocimiento de la centralidad de la paz, el respeto mutuo y la cooperación de buena fe para alcanzar el bien común entre los países y pueblos a nivel regional e internacional. Por otro lado también es un reconocimiento del mayor fuerza y resiliencia que la unidad hace posible ante las imposiciones de las élites norteamericanas y europeas junto con sus contrapartes de la región del Pacífico. Quizás el mejor ejemplo de esto ha sido como Rusia, gracias en gran parte a sus relaciones estratégicas con China y la India, entre otros países, ha podido superar con creces el feroz asalto económico de Estados Unidos y la Unión Europea desde 2022.
Es común encontrar referencias a la experiencia de la Unión Europea en las discusiones del tema de la integración económica. Pero lo que casi siempre se omite en relación al proyecto europeo de integración económico y político es que se impulsó como una expresión política de la alianza militar de la Organización del Tratado de Atlántico Norte. Desde sus orígenes después de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Europea ha tenido la doble función de servir como la cara política de la OTAN y de promover a nivel internacional los intereses de los poderosos sectores corporativos de la empresa privada europea.
Aun con sus no infrecuentes periódicas rivalidades económicas, las élites occidentales siempre han cerrado filas alrededor del imperativo fundamental político-militar de mantener su dominio y poder alrededor del mundo. Desde el fin de la Guerra Fría, han habido repetidos ejemplos de esta realidad, Serbia en 1999, Libia, Siria y la Costa Marfil en 2011, y ahora Ucrania y Palestina. En el caso de las diversas iniciativas de integración en el mundo mayoritario, la lógica fundamental es otra. Altos funcionarios de los países asociados del grupo BRICS han reiterado desde el inicio que la formación y desarrollo de los BRICS no se dirige contra ningún país, ni Estados Unidos ni sus aliados.
Sin embargo, de hecho, las y los dirigentes occidentales lógicamente ven con recelos el desarrollo de los BRICS, porque la democratización de las relaciones internacionales necesariamente disminuye el poder de Estados Unidos y sus aliados. Hace más de 15 años en 2008, Celso Amorim, en aquel entonces y ahora también asesor del presidente Lula de Silva de Brasil, resaltó este aspecto de los BRICS cuando comentó “Deberíamos promover un orden mundial más democrático garantizando la máxima participación de los países en desarrollo en los órganos de toma de decisiones.” El año pasado, el compañero Anil Sooklal embajador de Sudáfrica ante los BRICS, confirmó la centralidad de este tema cuando dijo “lo que sí buscamos es avanzar en la agenda del Sur Global y construir una arquitectura global más inclusiva, representativa, justa y equitativa».
La ratificación el año pasado en la Cumbre en Sudáfrica de la ampliación del grupo BRICS para incluir Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Unidos Árabes, Etiopía e Irán va a promover mayor interacción entre los diferentes esquemas de integración regional en el mundo mayoritario. Este es un eje declarado de la presidencia de la Federación Rusa del grupo BRICS durante 2024. Desde hace mucho tiempo, el mundo se ha dado cuenta que el sistema neocolonial occidental de comercio y de finanzas impuesto sobre el mundo desde 1945, nunca va a permitir a los países del mundo mayoritario realizar a plenitud su potencial económico. Así que la ampliación del grupo BRICS abre no solamente mayores posibilidades de integración económica y de inversión en infraestructura sino también una visión mucho más democrática del comercio y la cooperación para el desarrollo para el mundo mayoritario.
Por ejemplo, la iniciativa de los países del BRICS + aprovecha los avances de China y los países de Asia del Sur con la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y también las respectivas iniciativas regionales de los países africanos junto con el Área de Libre Comercio Continental Africana. La Unión Económica Euroasiática también se consolida progresivamente, desarrollando sus relaciones con la India, con MERCOSUR y la Asociación de Naciones de Asia Sur-Este. Todos estos procesos crean un contexto económico que permite fortalecer el alcance y membresía las instituciones del grupo BRICS, por ejemplo del Nuevo Banco de Desarrollo y la incorporación de sistemas de pago independientes.
Por su parte, las naciones de América Latina y el Caribe mantienen varias iniciativas de integración como ALBA, SICA, CARICOM, la Comunidad de Naciones Andinas, MERCOSUR, la Alianza Pacífica y UNASUR, y lo más ambicioso, la CELAC. El pasado primero de marzo los jefes de gobierno y de estado de la CELAC sostuvieron su octavo Cumbre en Kingstown, capital de San Vicente y las Grenadinas. La Cumbre volvió a proclamar los principios fundamentales de la CELAC cómo una zona de Paz y el compromiso de la región con los principios de las Naciones Unidas de la no agresión y la no intervención. Pero, más allá, como en la cumbre anterior en Buenos Aires en 2023, la diversidad de visiones ideológicas de los gobiernos miembros limitó la ambición de las aspiraciones enunciadas en la declaración final.
En relación a la integración internacional, la declaración de Kingstown reconoció la importancia del Foro China-CELAC este año, la profundización de relaciones con la Unión Africana y la renovación de relaciones con la Unión Europea. Pero la declaración no hizo referencia a posible mayor ampliación en el futuro del grupo BRICS + y tampoco mencionó el foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) de lo cual Perú tiene la presidencia pro tempore este año. Estas curiosas omisiones de la declaración final de la Cumbre de la CELAC junto con su ratificación de la propuesta de la ONU para una intervención en Haití, indica como la influencia neocolonial occidental frena y sabotea los esfuerzos de los países miembros de la CELAC para avanzar hacia sus objetivos.
Se ve claramente que hay dos clases o dos modelos de integración en juego. Por un lado una integración basado en las aspiraciones y necesidades de los pueblos, especialmente la reducción de la pobreza, y por otro una integración que prioriza las ventajas y beneficios de las élites corporativas. Esta oposición es evidente entre la visión solidaria de los países del ALBA y el programa neoliberal de los países de la Alianza del Pacífico y PROSUR. En este contexto, Estados Unidos y sus aliados regionales intentan impedir que los procesos de integración incorporen una visión socioeconómica más amplia y solidaria para así frenar una integración que responde a las necesidades de los pueblos.
De hecho, Estados Unidos ya está interviniendo militarmente en Ecuador y Perú; mantiene sus bases militares en Colombia y extiende su cooperación militar con Argentina y Paraguay. Aunque Guyana y Venezuela han acordado buscar una solución pacífica a su disputa sobre el territorio de Esequibo, Estados Unidos y sus aliados pueden provocar un incidente bélico en cualquier momento. Los países de CARICOM e influyentes interlocutores como Brasil alientan otra intervención armada en Haití aun sabiendo los desastrosos resultados contraproducentes de las repetidas intervenciones de los pasados 30 años. Argumentan que hay que intervenir para promover elecciones democráticas cuando ese es precisamente el objetivo que persigue la población haitiana después de más de 15 años de elecciones amañadas dirigidas por intereses extranjeros.
Por otro lado, Estados Unidos y sus aliados siguen abusando de su control de las instituciones financieras multilaterales para negar recursos a países que desafían sus dictados. En ese sentido Nicaragua acaba de tener que responder a unas falsas declaraciones irrespetuosas de la nueva presidenta del BCIE y exigir respeto, honestidad e integridad administrativa del Secretariado del Fondo Clima Verde. El Banco Mundial y Banco Interamericano desde hace varios años han negado nuevos créditos a Nicaragua. En otro frente de ataque, los aliados locales de las élites occidentales siguen abusando de los sistemas de justicia penal de sus respectivos países para hostigar a las y los dirigentes de los movimientos progresistas.
Los gobiernos occidentales siguen aplicando sus ilegales medidas coercitivas unilaterales contra Venezuela y Nicaragua. Estados Unidos insiste en extender su jurisdicción extra-territorial para amedrentar a terceros países a mantener estas medidas y, contra el pueblo cubano, para seguir aplicando con el mayor alcance posible su genocida bloqueo. Un propósito claro de todo el conjunto de estas políticas y medidas de intervención que se aplican por Estados Unidos y sus aliados regionales es para fomentar divisiones e incoherencias en la CELAC y las organizaciones de integración de la región.
América Latina y el Caribe es la región en que la intervención y sabotaje de sus procesos de integración por las élites norteamericanas y europeas es más evidente. Pero los gobiernos occidentales y sus aliados regionales actúan de manera parecida en todo el mundo mayoritario. Por ejemplo, en el caso de la Unión Económica Eurasiática, Estados Unidos y sus aliados trabajan constante y sigilosamente para desestabilizar los países vulnerables de Asia Central. El ejemplo de su intento de cambio de régimen en Kazajstán al fin de 2021 e inicios de 2022 siguió el fallido intento de golpe en Bielorrusia entre 2020 y 2021.
En el caso de las estructuras como la Organización de Cooperación de Shanghai, Estados Unidos busca cómo provocar mayor división y conflicto entre India y China y cómo manipular el gobierno de Pakistán. Ha hecho lo mismo entre los países de Asia Sur-Este por medio de su interferencia en las disputas relacionadas con el Mar Meridional Chino, su intervención neocolonial en las elecciones del año pasado de Tailandia y su apoyo a las fuerzas insurgentes en Myanmar desde 2021. En el caso de África ahora, aunque Francia, el antiguo poder colonial, ha sido forzado a retirar sus fuerzas de Mali, Burkina Faso y Níger, su poder económico y financiero en la región sigue siendo muy influyente mientras Estados Unidos intenta sustituir sus fuerzas militares en la región.
Junto con sus aliados europeos, Estados Unidos hostiga a otros países africanos independientes como Eritrea o Etiopía y ahora ha impuesto nuevas medidas coercitivas unilaterales contra Zimbabue. Sin embargo, vale la pena notar que Nigeria, el país de mayor población de África, explora unirse a Egipto y Sudáfrica en el BRICS + luego de la visita a Rusia a inicios de este mes de Yusuf Tuggar, el Canciller de Nigeria, donde se acordó profundizar los vínculos económicos y políticos entre ambos países. Es probable que importantes países regionales como Argelia y Nigeria en África o Indonesia en Asia van a integrarse en este año o el año siguiente al grupo de países de BRICS.
Pero es de igual o mayor importancia que se desarrolle un intercambio de experiencias y lazos institucionales entre los países asociados de BRICS + y las demás iniciativas de integración regional para ir abriendo nuevas alternativas a la mano muerta del neocolonialismo que estrangula el potencial de los pueblos del mundo mayoritario. En los años por venir, Estados Unidos y sus aliados seguirán sus esfuerzos para sabotear estos procesos de integración. Las élites gobernantes occidentales nunca aceptarán la democratización de las relaciones internacionales basado en la integración de los pueblos, porque estos procesos fijan límites al libre desarrollo de la avaricia del capitalismo occidental llevando mayor justicia y equidad al comercio y finanzas internacionales.