LA ÚLTIMA EDICIÓN DE EL GÜEGÜENSE
(Palabras de cierre en su presentación. Auditorio Elena Arellano, 7 de julio de 2023)
Jorge Eduardo Arellano
ME SIENTO muy satisfecho de haber colaborado a esta edición de El Güegüense, editada por el Ministerio de Educación. Esencialmente, es la misma que había compilado Wilmor López, folclorista profesional desde los años setentas. Se conservó el manuscrito de Walter Lehmann (1908), que rescaté en el Instituto Iberoamericano de Berlín hace 42 años; la versión al español contemporáneo de Carlos Mántica ––consagrado güegüensista––, como también su trasfondo histórico de la farsa indohispana y, por supuesto, las numerosas y bellísimas ilustraciones a color y en blanco y negro. También aportadas por Wilmor, sobresalen las pioneras y magistrales de Carlos Montenegro (1942-2013), retratando a los doce personajes principales (ocho varones y tres mujeres) y a los cuatro secundarios (machos o animales de carga). Además, revelan su ámbito callejero y vestuario de mucho colorido, con accesorios de marca española como espejos decorativos y mascaras realistas.
En la realización de esta obra no puedo menos que reconocer la tarea de diagramación ultimada por Marlon Gaitán y la lectura de los sones analizados por César Bermúdez, precedidos de las únicas grabaciones artísticas de don Salvador Cardenal Argüello (1912-1988). Ambos destacan la procedencia europea de la música de El Güegüense, barroca y cortesana, integrada plenamente a los diálogos picarescos y ejecutadas por violín, instrumento introducido por los españoles.
Pero es necesario recordar que nuestra pieza maestra del teatro popular y mestizo de Mesoamérica configura un arte integral. Así, El Güegüense no puede comprenderse correcta ni completamente si se reduce a sones musicales, a diálogos, a danza, a fenómeno escénico, a documento lingüístico y a vestigio folclórico.
Mi propósito fue enriquecer la edición con un amplio y actualizado estudio introductorio, breves notas básicas con fines didácticos (como la “Sinopsis” de Daniel G. Brinton, traducida por Luciano Cuadra en 1966), más una suficiente e indispensable bibliografía de 20 entradas distribuidas en: I. Ediciones (10), II. Ensayos selectivos (7) y III.
Publicaciones monográficas (3). Entre las últimas figuran el Coloquio Nacional del 29 al 31 de enero de 1992 y el Coloquio-Debate (10 de mayo, 2008), organizados por el Instituto Nicaragüense de Cultura. Pero no se consignan las traducciones de la obra al italiano por Francio Cerutti, al francés por Norman-Bertrand Barbe y al inglés por Rolando Ernesto Téllez, ni todas valoraciones de autores nacionales y extranjeros.
Entre los primeros han estudiado El Güegüense, por citar los más importantes, a Emilio Álvarez Lejarza (1884-1969), Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), Francisco Pérez Estrada (1913-1982), Alberto Ordóñez Argüello (1914-1991), Alejandro Dávila Bolaños (1922-1979), Carlos Mántica (1935-2020), quien les habla (gracias a Dios el único güegüensista vivo), Alberto Icaza (1945-2002), Julio Valle-Castillo y Jaime Serrano Mena. En cuanto a los segundos, su lista es muy extensa. Basta decir que la han asediado desde Alemania, Francia, España, Canadá, Estados Unidos, México, Cuba, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Argentina y Chile.
Incorporé, asimismo, páginas de los otros dos manuscritos anteriores [el de Carl Hermann Berendt (1874) y el de Álvarez Lejarza)], sin datación precisa, pero correspondiente su escritura al siglo XVIII. Como es sabido, en Catarina, Masaya y Masatepe se rescataron. Dos de ellos contienen 314 parlamentos, pero el de Lehmann consta de 320 e incluye un nuevo personaje, El Arriero, que habla en verso. Mayoritariamente, los parlamentos están escritos en castellano dieciochesco y otros, muy pocos, en nahuate, variante local del náhuatl de la Nueva España.
Felicito al MINED por esta valiosa edición y agradezco a la compañera Vicepresidenta, gestora de la misma por permitirme contribuir a aquilatarla. Finalmente, aprovecho la oportunidad para defender a nuestro personaje literario, pionero en la historia teatral de Latinoamérica y representativo de la identidad hegemónica de Nicaragua, cuyas características Pablo Antonio Cuadra elevó a rango idiosincrático. Pero, además de exégetas, el personaje del Güegüense tiene detractores, uno de ellos es el doctor Simeón Rizo Castellón (1943-2020) en su libro ¿Quiénes somos? / Ensayo biosocial sobre nuestra cultura (2007): “Hay un sainete musical nicaragüense ––anotó en su página 222––, escrito en el periodo colonial, El Güegüense, donde la astucia, el engaño, la bellaquería es el hilo conductual de la obra”.
Sin duda, este autor no comprendió al protagonista, a nuestro Güegüense (del que he trazado un paralelo posible con don Quijote). Porque, en principio el Güegüense es un comerciante viajero por Mesoamérica [Veracruz y Antepeque (Tehuantepec), México; Verapaz, Guatemala y Conchagua (La Unión), El Salvador]. Un propietario de mulas (o recuas) que transportan sus mercancías lujosas; un personaje ingenioso que se defiende ante el poder autoritario y explotador, burlándose del mismo, denunciando su corrupción e incompetencia y negociando una solución pacífica al conflicto.
Nuestro personaje, desde la perspectiva psicosocial de Marvin Saballos, demuestra ser líder y emprendedor, de voluntad firme y audaz. No es sumiso ni de doble cara. Posee una gran capacidad de supervivencia y versatilidad. Es habilidoso y humorista, mentalmente saludable y poseedor de coraje cívico. Un coraje que sustenta, desde la marginación, una resistencia socio-cultural de la mayoría indígena contra el sistema de la época y sus aliados los señores principales del Cabildo Real.
Ojalá estas cualidades ––es mi más profundo deseo–– se trasmitan en esta nueva edición que el MINED presenta hoy, en beneficio de la Comunidad Educativa Nacional.