Algunas personas consideran que tienen un hueso roto en el pasado que les ayuda a predecir la lluvia. Aunque haya pasado muchísimo tiempo.
Para muchas personas, el hueso que se rompieron hace décadas o la artrosis que atenaza sus articulaciones son muchos más eficaces que las predicciones meteorológicas a la hora de vaticinar la hora de lluvia o tormentas.
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La ciencia no se pone del todo de acuerdo sobre la relación entre los cambios en el tiempo meteorológico y el dolor de huesos. Algunos estudios apuntan a que hay cierta correlación, mientras que otros no logran encontrar nada estadísticamente significativo.
No obstante, todos conocemos a alguien que asegura tener un hueso que vaticina las lluvias muchísimo mejor que cualquier meteorólogo. Si no conocemos a nadie, puede incluso que esa persona seamos nosotros.
Lo cierto es que podría encontrarse cierta explicación biológica. Eso sí, generalmente estas explicaciones, en lo que a huesos rotos se refiere, solo sirven para fracturas recientes. Esa pierna que te partiste montando en bici cuando tenías ocho años quizás haya dejado de predecir tormentas. Es posible que haya algo de sugestión en tus predicciones. Pero, por si acaso, veamos qué dice la ciencia.
¿Qué dicen los estudios sobre lluvia y dolor de huesos?
En realidad, el dolor de huesos no se asocia necesariamente con la lluvia, sino más bien con los cambios en la presión atmosférica. Estos, a su vez, suelen estar relacionados con tormentas, pero también con otros fenómenos meteorológicos.
Teniendo esto en cuenta, se han llevado a cabo numerosos estudios, en los que se relacionan estos fenómenos con el dolor de espalda, la artrosis o las fracturas recientes, entre otros. El problema es que hay bastantes discrepancias en los resultados.
Por ejemplo, según un estudio publicado en 2014, a pesar de los testimonios anecdóticos de algunos pacientes, parámetros como la humedad relativa, la presión del aire, las precipitaciones o la temperatura no tienen capacidad para desencadenar un episodio de dolor lumbar. Sí que se encontró cierta correlación con la velocidad del viento, aunque esta no parecía clínicamente relevante.