Compartí con José Dionisio Marenco Gutiérrez, mejor conocido como Nicho, (Granada, 17.09.1946 – Managua, 19.05.2020), las penas y alegrías mutuas de casi tres décadas, hasta los últimos momentos, el día de su partida la tarde del martes 19 de mayo, después de las intermitencias de la salud con las que tuvo que lidiar. Comienza la época lluviosa en Nicaragua cuando la abundancia natural se manifiesta exuberante al florecer renovada la vida, mientras tanto, su existencia humana y temporal fenecía para prolongarse en la eternidad que sustenta la fe, haciendo camino al andar, marcado por la intensidad del tiempo que le tocó vivir, durante el tramo que anduvimos juntos, cada quien en lo suyo, pero cada quien con el otro, convencidos –a veces sin saberlo- que “en la vida y en la muerte, somos del Señor” (Romanos 14:8).
La primera vez que encontré a Nicho fue en 1986 cuando era jefe de Patrullas de la Policía en el complejo Ajax Delgado y él Ministro de Comercio Interior, participamos en un plan interinstitucional contra el acaparamiento y especulación de productos de consumo básico en aquel contexto heroico de defensa y subsistencia contra el bloqueo y la intervención. Tuve la impresión de un hombre sencillo, fraterno, jovial e inteligente. Con el tiempo, cuando nuestros vínculos familiares inesperados nos unieron, confirmé inalterables sus virtudes.
No referiré la sólida e ininterrumpida militancia sandinista del compañero Nicho, quien desde su convicción cristiana y profunda sensibilidad social asumió un inalterable compromiso revolucionario que expresó desde temprano, en la organización estudiantil, en el Centro Estudiantil Universitario de la Universidad Centroamericana (CEUUCA), la osada protesta contra Somoza junto a Casimiro Sotelo y otros, durante un juego de béisbol en el Estadio Nacional (octubre 1966) cuya golpiza y cárcel le dejó secuela, la presencia activa en la movilización antisomocista de enero de 1967, la participación logística en el asalto al Palacio Nacional (agosto 1978), su integración al Frente Sur, la tarea de comunicar la lucha popular desde la clandestina Radio Sandino, “Voz oficial del Frente Sandinista de Liberación Nacional”, y las múltiples jornadas y circunstancias que le tocó vivir en los años “…más crudo de la siembra / sin más alternativa que la lucha, / muy cerca de la muerte, / pero no del final”, como escribió el poeta guerrillero Leonel Rugama.
Contaré del amigo y hermano, cuyos rasgos más distintivos pueden simplificarse con tres palabras: solidario, leal y sincero. ¿Quién que lo haya buscado –aunque fuera un desconocido- no encontró en él su atención, una respuesta posible o esperanzadora, un gesto amable y respetuoso de apoyo, oído atento y coloquial encuentro? Allí estaba, a veces apenado y triste por no poder auxiliar al otro, frente a las imposibilidades y limitaciones. No se contaminó con los caudales públicos, aunque no fue hábil administrador de sus propios recursos, lo que llegaba se iba con facilidad hacia donde se necesitara, a pesar de la conveniencia, el cálculo financiero personal no fue su fortaleza. Muchas veces era ingenuo, de visible estatura y contextura recia, con simplicidad de niño, virtud que no todos entienden y que, en él, desde siempre, fue inalterable, en la histórica lucha revolucionaria, en la posición de funcionario público y gestor político y desde la modesta y digna condición militante que no requiere cargos ni influencia ni poder para hacer sentir su voz y su presencia moral.
Negociador y conversador diverso de buen humor, amplio en temas e interlocutores, capaz de escuchar y conversar con respeto “con moros y cristianos”, tolerante, de posiciones claras, sin tomar nada personal, sin insultar a nadie, sin prejuicio por las diferencias, inclusivo, consistente, de argumentos breves y precisos, no académicos ni abstractos, derivados de la práctica de vida, desde su oficio y profesión, consecuencia de una visión amplia de largo alcance. Capaz de diferenciar al charlatán oportunista y al conversador inteligente, que es capaz de encontrar razones y argumentos sin perder el sentido práctico y positivo de las cosas, más allá de lo inmediato y circunstancial.
Amigo de una sola cara, leal y sincero, como se definió Rubén Darío. La amistad asumida como valor imperecedero, la fidelidad a los principios y a lealtad a las personas. Siempre, desde su juventud, estuvo en la misma acera en cuanto a militancia política, compromiso social y afectos. Las circunstancias no modificaron sus principios, los principios fueron fortalecidos por las circunstancias. La madurez alcanzada con los años y los golpes de la vida, consolidaron con claridad serena sus ímpetus de juventud.
Pensaba que de toda conversación es posible encontrar puntos comunes y no hay desencuentro que no pueda disolverse con un instante de humor, una comida y una copa de vino compartida… Al fin de cuentas todo es pasajero, las diferencias que a simple vista parecen abismales, podrían resultar insignificantes y las proximidades son más de lo que aparentan ser. El punto de partida está en sentarnos, vernos a los ojos, escucharnos y, con buena voluntad, identificaremos el camino común que indispensable nos une. Creo que “El hombre que no teme a la verdad, no tiene nada que temer de las mentiras”, como afirma Bacon, y ¿Cuál es la verdad? Es la pregunta sin respuesta que Pilatos hizo a Cristo al inicio de su pasión… Y aquí estamos aún, buscándola…
Hablar con Nicho de cosas serias no significaba “hablar serio”. Es solo hablar con franqueza de cualquier cosa, de lo lógico y absurdo, de lo posible e imposible, de dogmas y herejías, de la verdad y la mentira, de lo real y supuesto, de lo terrenal y divino… No importa, las agendas son flexibles, los propósitos esenciales, los tiempos indeterminados, aunque transitorios, el espacio amplio y abierto, … Los principios sobre la mesa, desde esa solidez de partida, todo es posible conversarlo, desde lo cotidiano, en la extraordinaria capacidad humana para pensar y sentir, para reírse de los males, porque cuando nos reímos de ellos y de nosotros mismos, parece mentira, se extinguen. El humor, esa característica que desarrolló con agudeza, fluía con rapidez de su mente abierta y expresaba con facilidad, es el condimento indispensable que da sentido a la vida, a la sociedad y a la política. Apreciaba el sutil humor, el lenguaje directo y certero de Saramago: “Es una estupidez perder el presente solo por el miedo de no llegar a ganar el futuro”.
Darío, a quien redescubrimos cada vez, escribió: “Ser sincero es ser potente” y Confucio: “La sinceridad y la verdad son la base de toda virtud”, Nicho era franco, espontáneo y directo en cualquier escenario. Decía lo que pensaba de la manera cómo lo pensaba. A veces, pudo generar incomprensiones, pero sus comentarios y posiciones no eran mal intencionadas, ni tenían escondido propósito, lo esencial estaba en la capacidad de expresarse, sin ser desleal ni traicionar. Preservar, por encima de todo, como revolucionario, lealtad al sandinismo, a la patria, a la lucha popular, a un proyecto, aún inconcluso y en permanente renovación, de autodeterminación, equidad y justicia.
Como persona pública fue elogiado, reconocido y apreciado por muchos, pero también calumniado, incomprendido e insultado por algunos. Las personas somos así en la realidad humana, social y política donde se confrontan intereses y percepciones, buenas y malas intenciones, en la búsqueda común que cada quien emprende y por la que cada uno asume las consecuencias.
Hay quienes se empeñan en encontrar el defecto y la tragedia en todo; Nicho podía, con frecuencia, encontrar la virtud y el sentido positivo, y recuperar, después de la tristeza, la esperanza.
Tenía abundantes libros, en distintos estantes y espacios dispersos de su casa, compraba libros cuando se enteraba de alguna publicación que llamara la atención, aunque creo –una vez lo confesó-, pocas veces leyó algunos libros completos. Tampoco tenía la habilidad de escribir con largo aliento ni expresar extensos discursos, prefería hablar y contar. Los textos y revistas los ojeaba, leía capítulos salteados según el índice, a veces solo el final y el prólogo, después iba pasando páginas y seleccionaba párrafos o páginas que revisaba con atención examinando los asuntos de su interés. Tenía buena memoria sobre las referencias, las comparaba con otras e identificaba la consistencia o superficialidad. Le gustaba simplificar las ideas y encontrarles sentido práctico –característico de su formación de ingeniero y experiencia gerencial-, identificar los argumentos centrales de la obra histórica, política, social o económica que prefería a las propiamente literarias, aunque disfrutaba las historias fantásticas y la ficción bien elaborada. Creo que, aunque ojeó mis libros y asistió a todas las presentaciones, solo leyó completo, según comentó, los ensayos históricos reunidos en: A 150 años de la batalla de San Jacinto (LEA Grupo Editorial, 2006) y casi toda la Parte I de Último año de Rubén Darío (Editorial Siglo XXI, 2016), aunque con generosidad, lo cual agradezco, elogió y estimuló mi producción literaria, incluso las novelas, cuentos y poemas, que, como dije antes, leyó salteadas.
Disfrutaba las reuniones y compañías familiares y cercanas, era sensible al afecto, valoraba el encuentro con los amigos y las conversaciones inagotables, le gustaba compartir, ser anfitrión, escuchar y contar, divagar, inventar y resolver el mundo, viajar al pasado con la memoria que recuerda las cosas, no como fueron sino como se recuerdan para contarlas como diría Gabriel García Márquez, y también remontarse con la imaginación al futuro… Añoraba a sus padres y hermanos, a los amigos que no estaban y a los que, por diversas circunstancias, no podía encontrar, ellos estaban presente ocasionalmente en sus conversaciones, con expresiones de humor y afecto imperecederos de hombre leal, sincero y sensitivo…
Creyente, a su manera, con esa característica capacidad de cuestionar para descubrir, confirmar y expandir su fe. Creía en la gente, en el ser humano y en el Dios del Amor. Católico por tradición, origen y práctica, cristiano en su íntima relación sin formalidad ni rigidez que distrae, restringe y excluye. Comprometido, desde la juventud, en una opción preferencial por los pobres. Apreciaba, desde su curiosa lectura, las prácticas y visión del budismo oriental tolerante y meditabundo, que consideraba cercanas y poco conocidas. Imperturbable en el silencio y la soledad en donde desahogó sus penas y seguramente elaboró complejas elucubraciones y dinámicas conversaciones con el Señor, cuyas imágenes, símbolos y referencias, son visibles y venerados en el entorno e interior de su casa.
Cariñoso, sumiso y dependiente del ámbito familiar, aunque desobediente y rebelde, a veces escurridizo e impersistente en desarrollar los hábitos y atender con diligencia las recomendaciones por su salud. Conocido por muchos, imposible de obviarlo en cualquier lugar en donde estaba. En ocasiones, decía, me saludan y me da pena, porque no sé quién me saludó, cuentan algo que supuestamente dije o hice, y no sé qué fue… Sin duda, eran mucho más los que lo conocían que los que él podía identificar, el peso de la historia y de la fama, no siempre es cómoda, compromete la privacidad del tiempo, vincula a aspiraciones que no se tienen y que la comodidad duradera del silencio familiar supera por la satisfacción y tranquilidad insustituible que genera. Dueño, como todos, de su propio miedo, de sus errores y defectos humanos con los que tuvo que luchar hasta vencer.
Que descanse en la paz del Señor, quien quiso ser feliz y lo fue, nació para servir y sirvió con generosidad, puede afirmar, como Neruda: “confieso que he vivido”; y morir para seguir viviendo…
Hasta siempre compañero, amigo, hermano.
Managua, sábado 23 de mayo de 2020.