“Mi documental viene luego”, dice Cristiano Ronaldo en un instante de los créditos finales de “Soy Georgina”, el reality que Netflix acaba de dedicarle a Georgina Rodríguez; novia del crack del Manchester United y de la selección portuguesa. Ninguna frase más exacta para resumir el aura que rodea esta producción de seis capítulos rodada en las más hermosas capitales europeas; aún incluso durante la pandemia del coronavirus.
Lo primero que habría que decir sobre este documental, en honor a la verdad; es que está correctamente producido. El objetivo de mostrar a Georgina más allá de sus muy exitosas publicaciones de Instagram –donde tiene 30 millones de seguidores– ha sido cumplido.
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En cada episodio, de aproximadamente 40 minutos de duración, veremos rasgos hasta hoy desconocidos de una mujer que fue tocada por el destino cinco años atrás y desde entonces no ha parado hasta construirse como una socialité a imagen y semejanza de su famoso novio.
Pero debemos ser claros: este reality ciertamente podría dividirse en dos etapas. La primera, entre el capítulo uno y el cuarto, enfocada fundamentalmente en mostrar quién es hoy en día Georgina Rodríguez. Con testimonios de su círculo más cercano (agente de modelo, mejores amigas, hermanas, y del propio Cristiano Ronaldo); se busca dejar en claro que esta bella argentino-española es mucho más sencilla de lo que parece.
Casi sin querer queriendo, gran parte del reality nos permite ver a Georgina agradeciendo públicamente a cada una de las personas que se cruzaron en su vida para ayudarla, ya sea con sus primeras clases de danza (aún en edad escolar); hasta con la vecina de su humilde primer ‘piso’ (casa) de Madrid, a la cual recurrió una vez que llegó cansada de trabajar para pedirle “que por favor le prepare un arroz con huevo frito” porque moría de hambre y cansancio.
Núcleo familiar
Otro detalle que salta a la vista, más allá de su claro sentido del agradecimiento; la forma en cómo Rodríguez reconoce que muchos de los beneficios que hoy ostenta son única y exclusivamente por su millonario novio.
“El jet de Cristiano”, “El yate de Cristiano”, “Los carros de Cristiano”. En todo momento la protagonista de este reality marca bien la frontera entre lo propio y lo ajeno. Aunque hay otro ámbito donde ocurre exactamente lo contrario: el núcleo familiar.
Dentro y fuera de casa, Cristiano y Georgina son padres de cuatro niños, aunque biológicamente ella es solo mamá de Alana; la influencer asume firmemente su papel de madre por partida cuádruple y –al menos según puede verse en el reality—dedica gran parte de su tiempo a velar por el crecimiento de los menores de edad.
Yendo ya propiamente al análisis de la participación de Cristiano Ronaldo en esta producción, podríamos decir que su participación tiene un nivel acorde a las expectativas. Es el reality de Georgina, no suyo. Por lo mismo, el crack luso aparece fundamentalmente para hablar de cómo empezó a salir con su novia, de lo importante que para él es haber conocido a “la mujer de su vida”; de cómo ambos se preocupan por llevar el hogar, y también de detalles algo más personales como lo que significa para él hoy el fútbol y cuántos años más piensa jugarlo de forma profesional.
Hay en Cristiano Ronaldo un detalle que no resulta menor. Su edad. Con 36 años un futbolista está más pendiente de organizar su retiro que de sus planes a futuro. En el caso de este portugués podríamos decir que pasa lo contrario: se siente apto para jugar varios años más al fútbol, pero eso implica un detalle que exige comprensión de toda su familia: dormir temprano, alimentarse sano; entrenar como si fuera un jovencito, y reducir al mínimo cualquier posibilidad de escándalo.
En ese hilo de tareas, Georgina Rodríguez lo ha acompañado, acompaña y presumiblemente lo acompañará mucho tiempo más. La influencer organiza su vida diaria de acuerdo al “entreno” (entrenamiento) y calendario oficial de su marido. Todo esto implica, lamentablemente; casi 10 meses de actividad sin descanso y solo dos de vacaciones (a veces menos) en los que la pareja, en compañía de sus cuatro hijos, aprovecha para tomar sol y navegar en hermosos yates.
¿Qué hace Georgina mientras su esposo dedica su tiempo a aferrarse al ‘deporte más hermoso del mundo’? Fácil: dividir su vida entre su trabajo como modelo; sus proyectos personales y el cuidado de los pequeños del hogar. Para todas estas funciones siempre tiene gente a su alrededor. Desde dos guardaespaldas que no se alejan de ella en ningún momento que pase fuera de casa, hasta asesores, consejeros y –algo muy parecido a lo que ocurre con los futbolistas—los inseparables amigos.
Dos detalles bastante similares que sería imposible dejar fuera del comentario: en este reality no hay espacio para los padres, ni de Georgina; y menos de Cristiano Ronaldo. Hablamos en tiempo presente, claro. Sobre el pasado de la protagonista de esta producción sí hay algunas imágenes de archivo.
Todo esto viene en los dos últimos capítulos, que en nuestra opinión resultan ser inexorablemente, los más emotivos; porque son capaces de rememorar los inicios más profundos de una niña criada en una familia muy humilde que supo darle la fortaleza suficiente para ir a buscar sus sueños del interior de España (Jaca, Aragón) a Madrid, la capital de los sueños.
La mejor forma de cerrar este comentario puede ciertamente ser de forma muy parecida a cómo lo empezamos: los créditos finales.
Cuando la cámara supuestamente no está ‘grabando’ es donde vemos a una Georgina sumamente natural; pidiendo que no la graben tan cerca porque el HD mostrará las imperfecciones de su rostro; demostrando que es absolutamente falible al preparar una respuesta (confunde la palabra aristocracia con burocracia), bromeando con sus hijas sobre ‘los pedos que se tira el gordo Pepe’.
Son apenas cinco minutos que desnudan el espíritu de una mujer que, si no es feliz, lo aparenta bastante bien. Solo esto bien podría valer la espera de una segunda parte del reality de Netflix, ya con la familia establecida por completo en Manchester; la ciudad donde hoy Cristiano continúa su sueño de vivir de eso que lo hace feliz: patear un balón.
Por El Comercio