El inolvidable abrazo del Papa

A sus 53 años, el italiano Vinicio Riva vivió momento que quedó plasmado en su mente, efectivamente, para siempre. Él, que está acostumbrado al rechazo por ser «deforme» -como él se describe a sí mismo- recibió un inolvidable abrazo del papa Francisco hace dos semanas en la Plaza San Pedro.

«Era como estar en el paraíso», dijo Vinicio, que padece neurofibromatosis de tipo 1, una enfermedad que le llenó el cuerpo de unos tumores que aunque son benignos le provocan dolores terribles, fuertes picores y llagas que no dejan de sangrar.

«El papa ni se detuvo a pensar si me abrazaba o no. Mi enfermedad no es contagiosa, pero él no lo sabía. Bajó del altar a saludar a los enfermos. Yo le besé la mano mientras que él con la otra me acariciaba la cabeza y las heridas. Después tiró de mi, abrazándome con fuerza y besándome el rostro. Yo tenía la cabeza en su pecho, sus brazos me rodeaban. Me tenía muy pegado a él, mimándome, no se apartaba», aseguró.

«Duró poco más que un minuto, pero a mi me pareció una eternidad… mi corazón iba tan deprisa que creí que iba a morir».

Vinicio y su hermana, Morena -de 46 años, que padece neurofibromatosis en un estadio menos avanzado- heredaron la enfermedad de su madre, que no desarrolló ningún síntoma hasta que tuvo a sus hijos y murió de este trastorno a los 81 años.

A los quince años, Vinicio comenzó a mostrar los primeros signos de la enfermedad, por la que le dijeron que moriría a los 30 años. Pero su fuerza logró traspasar esa fecha, no sin obstáculos.

Su vida está marcada por el dolor. Sus tumores no sólo son externos -también tiene en los pies, por lo que le cuesta caminar-, sino que también crecieron en los órganos internos. Por eso debió someterse a varias operaciones para que le extirparan protuberancias del corazón, de los ojos, de la garganta, entre otras intervenciones que lo exponen a problemas respiratorios diarios.

Agencias