En el siglo XIX, Thomas Edison había demostrado las posibilidades de las «fábricas de inventos» con sus laboratorios de Menlo Park.
Grandes empresas, como General Electric y Du Pont, siguieron su ejemplo y los inventos se fueron convirtiendo en el costo de estas grandes empresas, que disponían de los recursos necesarios para lograr adelantos fundamentales y eran capaces de contratar equipos enteros de científicos para que trabajaran sobre un problema. Aun así, los genios solitarios todavía podían realizar innovaciones de vital importancia.
El auge de la industria electrónica creó nuevas oportunidades para los inventores. El adelanto más importante fue el transistor, producido por John Bardeen, Walter Brattain y William Shockley en los laboratorios Bell, en 1947. El invento hizo posible la miniaturización en electrónica y el microchip. La disponibilidad de chips especializados posibilitó la creación de nuevos productos.
De esta forma, los inventores consiguieron explotar mercados que las grandes empresas habían descuidado. En los años 70, uno de estos mercados fue el del ordenador personal. Una serie de pequeñas empresas de ordenadores personales florecieron entonces en el «Silicon Valley» de California. La más conocida es tal vez Apple Computers, fundada por Stephen Wozniak y Steven Jobs. Apple llegó a dominar el mercado de los ordenadores domésticos y se convirtió en una empresa multinacional.
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