En todas las religiones, el casamiento forma parte de la vida de todas las personas… o casi todas. En unos tiempos en los que llevamos la independencia por bandera, las parejas se sumergen en ciertos terrenos anteriormente vetados y se suceden miles de divorcios por hora alrededor del mundo, solo nos queda hacernos esa temida pregunta: ¿por qué nos casamos?
¿Sí quiero?
¿Por qué debemos afirmar este hecho? Son muchas las preguntas, nervios y dudas que se plantean antes de decir esas dos palabras que nos cambiarán la vida, pero quizás no nos hemos percatado de cuantos factores influyen en nuestra decisión de pasar por el altar. O para cuando nos demos cuenta quizás sea demasiado tarde.
En la vida hay muchos episodios o actos que, sin duda, están condicionados por el factor social y cultural. Antiguamente las bodas servían como intercambio de poder y estatus, como un modo de empujar a nuestros hijos de las garras de la mal vista soltería o, porque sinceramente, era lo que había que hacer.
Esa costumbre ha perdurado durante generaciones hasta hoy día, tiempos en los que las bodas de traje blanco, banquetes suntuosos y demás clichés siguen cumpliendo las expectativas de muchas niñas soñadoras que ven en el casamiento el perfecto final de un cuento de hadas. Sin embargo, ¿no nos casamos por «obligación», una obligación maquillada por la tradición, porque es nuestro deber y porque siempre creímos que era lo correcto?
Clavos y alianzas
No dudamos del hecho de que muchas parejas contraigan matrimonio por el simple hecho de celebrar el amor, por una seguridad legal y porque están preparados para la vida estable que vendrá a partir de ese momento. Pero tampoco puedo evitar pensar que muchas parejas contraigan matrimonio por miedo, por el hecho de hacer más fuerte una relación que posiblemente ya ha caído en el aburrimiento y el desamor. Y luego, nos sorprendemos del hecho de que parejas que fueron novios diez años se divorcian a los doce meses de casarse. ¿No sucede algo raro?
Muchas parejas se casan por el mismo rigor con el que muchas veces se tienen hijos para solucionar los problemas de pareja: por una sutil presión social, por miedo a perder nuestra zona de confort, por formalismo, por miedo y, quizás lo peor de todo, por conformismo.
Esa boda es, sin que queramos reconocerlo, una losa más a nuestros sueños, a las mariposas de un amor que no necesita de leyes para demostrar ser verdadero. El amor debería ser algo que fluye sin hacerlo pasar por la aprobación de todo el mundo y es que, da la sensación de que si antiguamente las parejas casadas aguantaban por presión social y por el ausente poder de la mujer, hoy en día nos encontramos atrapados en medio de esas tradiciones y en el futuro de las relaciones amorosas, las cuales permiten a sus individuos mantener su identidad y sueños.
Obviamente, muchas serán esposas felices, y realmente tomarán por innecesarias estas palabras pero, ya sea por curiosidad, simple reflexión o porque no te fue bien en tu matrimonio, sólo basta analizar un poco la situación y preguntarse también por qué hay tantos divorcios.
Muchas pueden pensar que tras la pregunta de por qué nos casamos realmente se esconden un montón de malas razones, miedo e inseguridad, pero también existen parejas que ven en el casamiento el modo de consolidar una relación, de empezar una nueva vida o, especialmente, dejar atados los cabos de esos asuntos legales que siempre queremos cerrar ante cierta incertidumbre. Pero, por otra parte, en algún momento no podremos evitar hacernos tal pregunta.