Fue un salvamento insólito. Él mismo dice que debería haber muerto. Pero cuando la humilde choza de piedras grises se derrumbó sobre Funchu Tamang, quien cree tener 101 años, su nuera rápidamente lo sacó entre los escombros.
Una piedra que lo golpeó en el pecho le rompió un par de costillas, lo cual le dificultaba la respiración. Al día siguiente, cuando llegó su hijo desde el noroeste de Nepal, Tamang estaba débil y deliraba. «Creía que mi padre estaba muerto», dijo Bal Bahadur Tamang, de 58 años. Pero el anciano solo estaba inconsciente.
Lo revivieron, pero unos días después se hizo evidente que necesitaba asistencia médica. Jadeaba, sufría fatiga y mareos.
Llamaron al hospital distrital de Nuwakot, que envió un helicóptero policial a buscarlo y trasladarlo a este lugar.
El lunes los médicos monitoreaban los signos vitales de Tamang en una clínica improvisada en la playa de estacionamiento de la oficina médica distrital en Bidur, una población semiderruida.
La odisea de Funchu Tamang es una entre tantas historias de resistencia y supervivencia en Nepal, remecido por un sismo de magnitud 7,8 el 25 de abril. Miles murieron, cientos de miles perdieron sus viviendas.
Los médicos lo trataron por colapso parcial de un pulmón y vendaron sus heridas. Dos días después estaba alerta, sentado y conversador. Sus heridas habían casi sanado, hasta el punto de que los médicos dijeron que podría irse a casa el martes.
Funchu Tamang es tan viejo que ya había sobrevivido a dos tremendos terremotos. Casi no recuerda el temblor de magnitud 8 en 1934, que arrasó ciudades enteras.
Se pregunta si no ha exagerado al desafiar al destino. «Tengo mucha suerte de estar vivo… Pero soy tan viejo. No creo que pueda sobrevivir más. No veo bien. No puedo trabajar, no puedo moverme bien», dijo, luciendo una camiseta con los retratos del rey y la reina de Bhutan, regalo de socorristas de ese país.
«Soy viejo. Me ha llegado el momento de morir».
BIDUR, Nepal (AP)