En la esquina de una calle maltrecha y gris en el barrio obrero Tres de Febrero de Buenos Aires, un barco azul comienza a tomar forma en una de las tantas paredes de esta megalópolis latinoamericana donde se imponen murales contra el vandalismo urbano.
Andrés Rotundo Fraga, grafitero de oficio, armado de brocha y pintura acrílica, acaba de empezar un proyecto de tres días destinado a revivir el muro de un edificio de apartamentos dañado por un grafiti indescifrable.
«Las paredes estaban todas escritas por vándalos, por esa gente maleducada que hay. Entonces no tenemos plata para pintar y la municipalidad amablemente nos mandó este pintor y vamos a embellecer la pared», dijo Edith Campelo, una mujer de 80 años que habita el edificio.
Aunque los grafitis son ilegales en Buenos Aires, están permitidos si tienen el consentimiento del propietario.
Las autoridades locales muchas veces financian la realización de los trabajos porque realzan los muros de la ciudad con atractivos colores y diseños.
«En algunos barrios bajos y en otros de clase media es donde más hemos hecho y donde la gente toma parte del mural y lo adopta como propio», explica Diego Silva, coordinador de ART3, un proyecto público que financia los grafitis en Tres de Febrero.
«Hay murales que ya tienen más de 4 ó 5 años, se gastan a la intemperie por el tiempo y por la pared en sí, pero no porque tengan nada escrito. Se respetan ciento por ciento», dijo frente a un mural que permanece impecablemente rojo en uno de los barrios más pobres del distrito.
Mientras en Europa los grafitis hechos por artistas siguen siendo tildados como vandalismo, Argentina está en la senda opuesta.
En los últimos años Buenos Aires se ha convertido en una capital del arte callejero con cientos de murales decorando las fachadas de casas, escuelas e incluso iglesias.
Hoy el arte callejero le ha dado otra vida a los muros de la ciudad dotándolos de una nueva expresión de libertad.
BUENOS AIRES – AFP