El papa Francisco llega este martes al convulso estado de Michoacán, al oeste de México, donde el cártel pseudoreligioso de Los Caballeros Templarios y su mesiánico líder aterrorizaron por años a la población hasta que grupos de autodefensas se levantaron en armas contra ellos. Bajo una fuerte vigilancia policial, en el majestuoso centro colonial de la capital, Morelia, miembros de distintas órdenes religiosas esperan con júbilo la misa que el pontífice ofrecerá a la comunidad eclesiástica esta mañana, en su cuarto día de visita al país.
Con amenazas que incluso han acabado con la muerte, Michoacán es uno de los estados más peligrosos para los curas mexicanos, que no han escapado de la violencia de los cárteles de la droga. De hecho, al iniciar su recorrido por México, el papa pidió a las autoridades mexicanas que brinden «seguridad efectiva» a sus ciudadanos.
Y, aunque Morelia queda lejos de la denominada Tierra Caliente, en 2008 fue víctima de la violencia del crimen organizado con un atentado sin parangón: dos granadas estallaron en su abarrotada plaza principal en los festejos de la Independencia dejando ocho muertos.
La catedral del s. XVII que visitará el papa en la tarde está a escasos pasos de ahí.
«Entre los cárteles, las autodefensas y el ‘granadazo’ de 2008, Michoacán se hizo de muy mala fama. Antes todo mundo nos visitaba. Esperamos que con la visita de Francisco se recupere la confianza en nuestro estado», comenta a la AFP Víctor García, un comerciante de 52 años del centro de Morelia.
«Justicia divina»
En septiembre de 2006, Michoacán fue noticia cuando cinco cabezas humanas aparecieron rodando en un bar de Uruapan, en la subregión de Tierra Caliente, con un mensaje: «Esto es justicia divina«.
Lo firmaba el cártel de La Familia Michoacana, uno de los varios que han irrumpido en este estado tradicionalmente fuerte para el narcotráfico y cuyo líder, Nazario Moreno «El Chayo», aseguraba estar protegiendo a los michoacanos del sanguinario cártel Los Zetas.
La Familia creó una «biblia» mezcla de «denuncia social, autoayuda y pinceladas cristianas» donde se establecía que sus miembros, por ejemplo, no podían tomar alcohol ni drogas, recuerda Jaime Rivera, catedrático de la Universidad Michoacana.
Cuando el gobierno de Felipe Calderón dio erróneamente por muerto a «El Chayo» a finales de 2010, el cártel se reinventó y pasó a llamarse Los Caballeros Templarios, siguiendo su misticismo y usando como símbolo la cruz roja de las Cruzadas católicas de la época medieval.
Los Templarios empezaron a construir altares y figuritas dedicadas al supuesto difunto capo, «San Nazario» (que acabó abatido en 2014), a quien veneraban con oraciones. «Defensor de los enfermos, San Nazario santo nuestro, siempre en ti yo me encomiendo», decía uno de los rezos.
Pero, más allá de su discurso pseudoreligioso, Los Caballeros Templarios extorsionaban, violaban, secuestraban y mataban a tantos vecinos de la productiva zona de Tierra Caliente, que centenares de campesinos se alzaron en armas en su contra a inicios de 2013.
Estos grupos de autodefensas, que acabaron siendo acusados de ser infiltrados por criminales, fueron desarmados por el gobierno y parte de ellos fueron reconvertidos en fuerzas rurales, que ahora deberán depurarse e integrarse al mando único policial.
«Ojalá el gobierno haga bien su trabajo, que no tengamos que tomar las armas otra vez. Pero es difícil, hay autodefensas llenas de infiltrados de lo que queda de los Caballeros y no entendemos por qué el gobierno no los desarma», comenta a la AFP Hipolito Mora, exlíder de una autodefensa rural.
Curas bajo fuego
Los curas también sufrieron el conflicto entre las autodefensas y Los Templarios en la capital de Tierra Caliente, Apatzingán.
El obispo de la ciudad, Miguel Patiño, tuvo que ser resguardado por las autoridades ante un supuesto ataque inminente del crimen organizado y el vicario y defensor de las milicias, el padre Gregorio López «Goyo», daba misa con chaleco antibalas.
En México, 36 sacerdotes han sido asesinados desde el 2005 y Michoacán es uno de los estados más afectados, según el Centro Católico Multimedial.
«Espero que el papa nos deje algo bonito, que con su visita se calmen las cosas tan feas que están pasando», pide Ana María Campos, moreliana de 58 años que ha sido blanco de un secuestro express y ahora compra unas banderitas del papa con su hijo.
Después de su visita a Morelia, el papa pondrá punto y final el miércoles a su gira de cinco días por México en la fronteriza Ciudad Juárez (norte).