Históricamente afectados por la pobreza, miles de habitantes del este de Guatemala padecen una prolongada sequía que ha derivado en una crisis alimentaria.
En un país donde cerca del 60% de la población vive en pobreza con menos de 3,50 dólares al día, el hambre siempre es una preocupación. Pero ahora ha golpeado especialmente a una zona tan vulnerable a las sequías que le ha valido el sobrenombre de «Corredor Seco«, en el este.
Samuel de Jesús no se ha separado de la cama de su hija Narcisa en los últimos 20 días. La pequeña, de apenas dos años, se recupera de a poco de una desnutrición aguda en una clínica de San Juan Ermita, en el departamento de Chiquimula, que forma parte del «Corredor Seco«.
Samuel es un agricultor que lleva cuatro meses sin conseguir trabajo, lo cual hace muy difícil que pueda llevar alimentos a su esposa y tres hijos. La sequía en el área se ha extendido desde 2012 y ha provocado que más de un millón de personas requieran asistencia alimentaria en esta época del año por parte del gobierno.
Expertos han dado por llamarle «hambre estacional» a la situación que se vive en la zona entre junio y septiembre, cuando los campesinos enfrentan mayor desempleo al acabarse las cosechas de maíz y frijol, y el corte de café de la zona, una de las pocas fuentes de trabajo.
Jovita Vásquez dice que necesita un quintal de maíz (50 kilos) por semana para alimentar a sus 11 hijos, con quienes vive en una pequeña propiedad, sin servicios básicos, acceso a agua corriente ni energía eléctrica, en lo alto de las montañas de Camotán, en la frontera con Honduras. «El año pasado sembramos la milpa, pero no llovió y lo perdimos todo. Aquí no hay trabajo y mi esposo tiene que rebuscarse para ver cómo le damos tortillas a los niños», contó Vásquez.
Desde una gastada silla de ruedas, Miguel Ángel Roque, de ocho años, observa cómo juegan sus hermanos. «Cuando enfermó de desnutrición, tuve que vender mi casa para pagar su tratamiento. Ahora no tengo trabajo y no puedo pagar las medicinas que necesita», contó Mario Roque, padre de Miguel Ángel, mientras escoge unas semillas de maíz.
El río Jupilingo es una de las principales fuentes de agua de la zona, pero su caudal ha disminuido considerablemente y las montañas que lo rodean están casi deforestadas en su totalidad.
Desde la casa de María Rita Vásquez se observa el río. Todos los días toma la empinada vereda, de unos 400 metros, para abastecerse de agua, aunque con esfuerzo apenas logra cargar unos 11 litros a la vez.
A unos kilómetros de allí, en la vecina comunidad de Shalagua, un grupo de mujeres espera pacientemente para llenar recipientes reutilizados de plástico, en el único punto donde cae algo del líquido: un grifo que se abastece de una fuente de agua montaña arriba. «Caminamos todos los días tres horas para recolectar agua; después salimos a buscar algo de leña», dijo Elda Pérez Recinos.
Enario Martínez, un agricultor de la zona, lleva muy bien la cuenta: ya son cuatro años que no ha podido cosechar nada de maíz y frijol, base de la alimentación en esta zona de campesinos de origen Chortí. «A principios de año conseguí algunos jornales, pero pagaron poco, entre 3,30 y 5,26 dólares diarios.
Yo necesito un quintal de maíz cada semana que cuesta 19,73. Hay momentos en que no puedo comprarlo y mis hijos lloran de hambre», dijo consternado.
La Secretaría de Seguridad Alimentaria de Guatemala informó en mayo que en conjunto con el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas atenderían a unas 21.000 familias con transferencias de dinero a cambio de trabajos comunitarios hasta septiembre, como una manera de enfrentar la falta de empleo.