Cada día, los adictos que ocupan “Crackland”, una plaza del centro de Sao Paulo donde se vende y se consume droga a plena luz del día, recogen sus mantas y tiendas y se trasladan al otro lado de la calle para permitir que los trabajadores municipales limpien la zona.
Y también cada día, el grupo regresa. Todo bajo la mirada de la policía.
Este baile diario persiste cuatro meses después de que las autoridades lanzaran una importante operación para terminar de una vez por todas con este mercado del crack, arrestando a decenas de vendedores y sellando los edificios abandonados que habían ocupado, en ocasiones empleando balas de goma y gases lacrimógenos por los disturbios registrados en la zona.
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Durante las dos décadas de vida de esta ciudad dentro de la ciudad, los políticos han intentado deshacerse de ella: primero por la fuerza y más recientemente con un programa que ofrecía a los drogadictos alojamiento y dinero en efectivo con la esperanza de ayudarles a abandonar su problema y, con ello, “Crackland”.
El alcalde de Sao Paulo, Joao Doria, un magnate de los medios de comunicación y un recién llegado a la política que asumió su cargo en enero, volvió a cambiar de estrategia. Impulsó un programa que se centra en ofrecer tratamiento a los adictos junto a una operación policial el pasado mayo tras la que declaró que “Crackland” había "terminado" y que "no regresará". Sin embargo, se mantiene activo y los expertos dicen que no hay una forma sencilla de deshacerse de él.
"Cualquier alcalde, cualquier presidente o cualquier persona puede decir que la situación se resolverá de la noche a la mañana, pero eso no es verdad", dijo Francisco Inacio Bastos, investigador del Instituto Fiocruz que dirigió el último estudio nacional sobre crack. "Sin una acción continuada, todo regresará".
Brasil es probablemente el mayor mercado mundial de crack o cocaína en piedra, según el Departamento de Estado de Estados Unidos. La mayor ciudad del país, Sao Paulo, tiene una elevada tasa de pobreza y de personas sin hogar, y acoge a la mayor organización criminal de la nación, que juega un papel clave para hacer llegar la cocaína desde los países productores de los Andes a las calles de Europa. Estos factores hacen que “Crackland” tenga tanto suministros como una amplia demanda.
La primera cosa que perciben quienes visitan “Crackland” es el olor _ a orina y sudor _ que los recibe hasta a una manzana de distancia. Desde lejos, parece un mal presagio. Sin embargo, el asentamiento es también una vibrante comunidad, donde se vende comida o ropa de segunda mano, donde ponerse al día con los amigos o bromear con los trabajadores sociales.
Está sensación de inclusión podría contribuir a la persistencia de “Crackland”. Tras la acción policial de mayo, trasladó su ubicación en dos ocasiones, y ahora está cerca de la original. Roberta Costa, activista y candidata a una maestría en la Universidad de Sao Paulo que estudia este mercado de la droga, dijo que las operaciones policiales podrían haber reducido su tamaño _ estimado en más de 1.800 personas antes de la última operación. Pero los drogadictos están regresando porque es raro que encuentren algo parecido a una comunidad en otro lugar.
Doria, que está considerado un aspirante a la presidencia, se retractó de sus palabras sobre el fin de “Crackland”, y su gobierno puso en marcha desde entonces un enfoque más variado. Se ampliaron los centros ambulatorios para tratar a los adictos y se ofrecen servicios sociales básicos en el propio asentamiento.
Los críticos dicen que el interés del alcalde es el símbolo de una campaña más grande para “desinfectar" la ciudad: aplicar una capa de pintura sobre problemas sociales como la pobreza y la gente que vive en la calle mientras intenta revitalizar el abandonado centro de la ciudad, una iniciativa que podría expulsar a las familias de clase trabajadora de la zona.
Filipe Sabara, secretario de Desarrollo de la ciudad, rechaza la idea apuntando que la anterior política municipal consistía en esconder a los drogadictos en lúgubres habituaciones de hotel sin ofrecerles lo suficiente para sobrevivir. Añadió que las acciones policiales han convertido “Crackland” en un sitio más seguro y, por lo tanto, más accesible a los servicios municipales, una afirmación disputada por Costa.
El nuevo programa carece de suficientes terapeutas y trabajadores sociales y no se han abierto suficientes centros para pacientes externos para abordar de forma efectiva los problemas sociales que rodean a la drogadicción, explicó Carlos Weis, coordinador de la unidad de derechos humanos de la oficina del defensor del pueblo estatal.
"La idea de la alcaldía, que creemos que está bien, es sacar a la persona del lugar donde está consumiendo drogas, desintoxicarla, pero luego hay que ponerla en el camino de la oportunidad para tener una nueva vida”, agregó.
En respuesta a estas críticas, Sabara señala el programa Nuevo Trabajo, que ofrece empleos en compañías a personas sin hogar. Desde enero, más de 1.200 personas en esta situación encontraron trabajos formales a través del plan, incluyendo 19 procedentes de “Crackland”. Alrededor del 90% mantuvieron sus puestos.
Varios drogadictos entrevistados parecían no estar al tanto de que la ciudad ofreciese alguna salida de “Crackland” además del tratamiento en un centro.
Ante la elección entre la hospitalización y seguir en la calle, Denise, una mujer de 48 años y madre de tres hijos que no quiso identificarse más que por su nombre, dijo que se decantó por “Crackland”.
"No puedo volver a estar encarcelada en una clínica, es una prisión”, dijo Denise, que cumplió una condena de cinco años por tráfico de drogas. "Es la hospitalización o quedarme, así que…"
En junio y julio la ciudad instaló tres tiendas en las que cualquiera puede asearse, comer o pasar la noche, replicando algunos de los servicios que el gobierno de Doria había evitado en un primer momento.
Para algunos, esas instalaciones son un puente entre “Crackland” y la vida que hay más allá. Roberlei dos Reis, un extaxista, comenzó a consumir crack hace cuatro años, y su adicción lo llevó a la calle. Ahora, con 42 años, pasa el día a la sombra de la Tienda 2 y las noches en una litera en un contenedor de mercancías instalado allí. Esta nueva estabilidad le ayudó a dejar de consumir drogas hace dos meses, y ahora busca empleo.