Ambulantes venden tablas plásticas para lavar por 20 dólares. Personas en comunidades que permanecen aisladas extienden sus brazos mientras les dejan caer suministros desde helicópteros. Así es la vida en Puerto Rico un mes después de que María azotara territorio estadounidense el 20 de septiembre como un huracán de categoría 4, que mató al menos a 48 personas, destruyó miles de hogares y dejó a miles de personas sin trabajo.
Fue el huracán más fuerte que haya azotado a la isla en casi un siglo, con vientos cercanos a la fuerza de un meteoro de categoría 5.
"Es algo que nunca he visto", dijo la maestra jubilada Santa Rosario mientras pasaba junto a estantes vacíos en un supermercado de la capital, San Juan, que otra vez se quedó sin botellas de agua.
Se calcula que María causó daños de unos 85.000 millones de dólares en una isla que ya estaba sumida en una recesión de 11 años. Esto ha complicado y retrasado los esfuerzos para reestructurar una parte de la deuda pública de 74.000 millones de dólares que, según varios funcionarios, es impagable.
También ha puesto el estatus territorial de Puerto Rico en el centro de la atención internacional, reavivando un agudo debate sobre su futuro político mientras la isla de 3,4 millones de personas intenta recuperarse de inundaciones, aludes de tierra, apagones e interrupciones de agua potable.
Aproximadamente el 80% de los clientes del servicio eléctrico siguen a oscuras y otro 30% está sin agua. Las escuelas siguen cerradas. Los semáforos no funcionan. Y aunque casi el 90% de los supermercados han vuelto a abrir, muchos tienen estantes vacíos de productos como agua, plátanos y atún enlatado.