Ginebra, 29 ene (EFE).- Eva Schloss, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, se convirtió de forma póstuma en la hermanastra de Ana Frank, y con 88 años a cuestas recorre el mundo para alertar, especialmente a las generaciones más jóvenes, sobre el aumento de la violencia, la intolerancia y la xenofobia.
"Las cosas tienen que cambiar en el mundo, debemos trabajar juntos para terminar con el racismo y los prejuicios contra diversos grupos. Espero que la gente abra pronto los ojos", dice Schloss en entrevista con Efe en Ginebra, donde hoy participa en una ceremonia de la ONU en recuerdo de las víctimas del Holocausto.
Schloss (Viena, 1929) tenía exactamente la edad de Ana Frank, once años, cuando ambas se encontraron en Amsterdam, donde sus familias se habían instalado creyendo estar fuera del alcance de los nazis, que ocuparon Holanda en 1940.
De su familia, Otto Frank, el padre de Ana, fue el único en sobrevivir, mientras que de los Schloss, sólo lo consiguieron Eva y su madre, quien en 1954 se casaría con Otto, y le ayudaría en la misión que éste se impuso para el resto de su vida: dar a conocer el mensaje humanista que su hija dejó a través de su diario íntimo.
"Ana Frank dijo lo que ahora estamos diciendo, que el racismo es malo, que hombres y mujeres tiene los mismos derechos y deben recibir igual trato y esto me hace pensar en el movimiento que vemos ahora contra el acoso y la discriminación de las mujeres", reflexionó Schloss.
"Necesitamos un gran cambio, más mujeres en la política y en las finanzas… será difícil porque los hombres no querrán ceder en nada su poder, pero confió en que ocurrirá, aunque quizás no viva para verlo", agrega.
Esta víctima del nazismo vivió, como otros millones de judíos y miembros de minorías despreciadas por el dictador Adolf Hitler, los peores horrores imaginables, y está decidida a dedicar todas las fuerzas que le quedan a movilizar consciencias frente a problemáticas como la que sufren los refugiados.
En Ginebra, Schloss ha asistido a la proyección del documental "No Asylum: el capítulo no contado de la historia de Ana Frank" (2015), de la directora Paula Fouce y que relata los vanos esfuerzos que hizo Otto Frank para que su familia pudiese obtener refugio en Estados Unidos y la política tácita de este país de frenar en lo posible la llegada de judíos.
Schloss traza paralelismos entre los refugiados de entonces y las víctimas de conflictos como el de Siria, Irak y Afganistán, para los que pide que los países abran sus puertas, les brinden protección "porque la condición de refugiado no se elige".
Desde 1986, Schloss se ha convertido en una verdadera activista que reúne oyentes de todas las generaciones y en particular a jóvenes interesados en conocer a alguien que vivió un capítulo de la historia que, siendo nefasto, les resulta muy lejano.
Para llegar a esto, Schloss tuvo que atravesar varias fases existenciales y, en primer lugar, extinguir el odio y la desesperanza no sólo contra los nazis, sino contra el mundo que se cruzó de brazos y dio la espalda a las víctimas del Holocausto.
Schloss relata que fue Otto Frank quien más le ayudó a superar ese estado: "él me decía que la gente a la que yo odiaba ni siquiera lo sabía y que la única que sufría y hacia su vida miserable era yo misma".
Varias décadas pasaron hasta que Schloss se convirtiera en el portaestandarte de la paz y de la tolerancia que es ahora, una tarea que también la ha convertido en autora de tres libros que cuentan, desde distintos ángulos, su historia y la de su familia.
De espíritu vivo, sonrisa fácil y caminar dinámico, Schloss se interesa por la actualidad internacional y la evolución de la sociedad.
Considera que los reales vectores de los conflictos armados son los "intereses económicos", le "aterra" el resurgimiento de la extrema derecha en Europa y le preocupa mucho el debilitamiento de las democracias.
"No entiendo el ascenso de algunos partidos de extrema derecha, pero lo que está claro es el peligro de volver a regímenes autoritarios que sólo Dios sabe lo que podrían hacer", comenta.
Agrega que el mundo vive un periodo crítico y en Occidente la democracia es prácticamente de fachada: "No vivimos en una verdadera democracia, la gente no tiene poder y cuando se manifiesta hay represión y arrestos. No tenemos más voz, pero debemos recuperarla".
Una vez que la voz de los últimos sobrevivientes del Holocausto se haya apagado, Schloss confía en que serán sus hijos los que tomen el relevo y que la tecnología permitirá transmitir a las futuras generaciones sus testimonios.
Esto ha empezado a ser realidad en un museo de EEUU, mediante hologramas en 3D interactivos, que permiten "reconstruir" a los sobrevivientes y que éstos "respondan" las preguntas del público -mediante la técnica de reconocimiento de voz y aprendizaje automático- como si estuviesen presentes.