Jim VanSickle estaba en su tercer año en la escuela secundaria cristiana Bradford Central. Corría el otoño de 1979 y llegó un nuevo maestro de inglés: un joven sacerdote llamado David Poulson, que hacía poco que había sido ordenado en la Iglesia Católica.
El chico de 16 años no pasaba por el mejor momento de su vida. Su abuela había muerto y su padre había caído enfermo y no podía trabajar. "Yo era un niño perdido", dijo en una entrevista.
En el maestro encontró un menor, que solo era diez años mayor que él. Poulson lo ungió como capitán del equipo de ajedrez, y llegó a viajar desde su ciudad, en el norte de Pensilvania, hasta Nueva York para acudir a competiciones.
VanSickle asegura que gracias al sacerdote él pudo aprender, terminar la escuela secundaria e ir a la universidad. "Él cambió mi vida", dijo VanSickle. "Él era mi líder espiritual. Era mi amigo".
Pero VanSickle, ahora de 55 años, también responsabiliza a Poulson por abrir "un agujero que nunca va a llenarse". Él dice que el sacerdote abusó física y emocionalmente de él aprovechándose de la intensidad de su vínculo. "Le di información sobre mí que ninguna otra persona conocía", alegó VanSickle.
Poulson es uno de los más de 300 sacerdotes católicos en Pensilvania mencionados en un informe divulgado el martes que acusa a los líderes de la Iglesia de encubrir el abuso sexual infantil desenfrenado a lo largo de 70 años. En la investigación más exhaustiva realizada por una agencia del gobierno sobre el abuso del clero en Estados Unidos, el gran jurado pudo identificar a más de 1.000 víctimas, aunque informó que probablemente habría miles más.
El informe es un índice espantoso de la violencia física y psicológica que se vivió. Relata cómo un sacerdote supuestamente abusó de cinco hermanas de una sola familia. Cómo otro confesó haber violado, al menos, a 15 niños, algunos de tan solo 7 años. Cómo una víctima fue atada y azotada con correas de cuero. Y cómo una víctima murió por tomar una sobredosis de analgésicos para curar una lesión que tuvo tras sufrir un ataque particularmente violento. La mayoría de las víctimas, dijo el tribunal, nunca podrán continuar con los casos contra sus presuntos atacantes, ya que la ley estatal permite que las víctimas de abuso infantil puedan denunciar los hechos hasta los 30 años para procedimientos civiles y 50 años para los cargos criminales.
La historia de VanSickle, que contó a The Washington Post, no solo expone la naturaleza del abuso que, de acuerdo con el gran jurado, fue ocultado durante mucho tiempo por los líderes de la Iglesia. Su relato también atestigua los duraderos esfuerzos de las víctimas para que sus vidas volvieran a ser completas. Aunque es poco probable que la mayoría de los sacerdotes respondan ante nuevos cargos penales, el presunto abusador de VanSickle es uno de los dos que se enfrentan a un juicio. Poulson fue acusado a principios de este año de haber abusado de dos niños entre 2002 y 2010. Aún no ha presentado una declaración de culpabilidad.
- Te puede interesar: Sacerdotes usaron rituales religiosos y símbolos de fe para abusar de menores
VanSickle, que trabaja como life coach en Pittsburgh, ahora es demasiado viejo para unirse al caso. Pero testificó ante el gran jurado acerca del maltrato que sufrió a manos de Poulson. Además, está haciendo campaña para animar a otros a hablar y cambiar el estatuto de limitaciones del estado para que puedan buscar justicia.
Dijo que la publicación del informe del gran jurado era "una victoria" en medio de "una guerra que acaba de comenzar" contra la jerarquía católica. Él planea usar la lista de sacerdotes nombrados en el informe para rastrear a sus presuntas víctimas y obligar a los principales cardenales a dar cuenta de su responsabilidad. Su objetivo es garantizar que el escándalo que estalló en 2002 con las revelaciones en Boston – y que desde entonces se extendió de Australia a Guam, de Irlanda a Honduras, y de vuelta a Estados Unidos con la recién renuncia del cardenal Theodore McCarrick de Washington- no se disipe.
Pero VanSickle reconoció que cuando se trata de su presunto agresor, él sigue confundido. El hecho de que aún sienta cariño hacia Poulson es la razón, según manifestó, por la que cree que su maltrato fue tan efectivo.
"Fue alguien en quien confiaba, lo que hace que todo sea muy confuso para mí", agregó VanSickle. "Al verlo con grilletes y un traje naranja, la gente me preguntaba '¿Por qué no lo odias? ¿Por qué no quieres lastimarlo?'. Tengo algunos sentimientos realmente conflictivos. No es difícil amar al hombre que era antes de hacer lo que hizo".
Poco a poco, las cenas de equipo de ajedrez en la escuela de secundaria se convirtieron en comidas "uno a uno". Poulson llevaría a VanSickle al cine y llegó a poner su mano en la pierna del estudiante mientras estaban en el auto. En la rectoría, el sacerdote intentaba hacerle cosquillas y VanSickle, según su relato, siempre lo evitaba. Aún así, él permaneció dedicado a su maestro. "Miré al hombre y veía a un sacerdote. Confiaba en él", relató.
Poco después, el clero introdujo el alcohol en su relación y se llevó a VanSickle a dar largos paseos mientras cargaban paquetes de cervezas. Las cosquillas se convirtieron en sesiones de lucha libre en la rectoría o frente al altar o entre los bancos de la iglesia, y ahí es donde se abalanzaba sobre él y lo intentaba toquetear un poco.
"Constantemente quería contacto físico", explicaba.
El sacerdote le ordenó que dejara a su novia porque ella no era algo bueno en su relación. Si él no cumplía con eso, Poulson se retiraría. "Jugó un rol de celoso conmigo, y yo quería mantener esa relación porque hizo que mi preparación fuera mucho más fuerte".
Justo antes de la graduación de VanSickle en la escuela secundaria, la pareja se fue de viaje al santuario de Nuestra Señora de Fátima en Ohio. En un decadente hotel, según alegó el entonces estudiante, "él saltó sobre mí y por su ropa me di cuenta de que estaba excitado". Cuando el joven apartó al sacerdote que se fue al baño a ponerse el pijama. Cuando Poulson volvió a salir, VanSickle relató "pude ver su pene erecto fuera de su ropa".
"En ese momento él me atacó y, por primera vez, sentí terror y miedo por el hecho de que parecía que él tuviera ocho o nueve brazos contra los dos que yo tenía para sacarlo de encima", afirmó.
VanSickle fue capaz de luchar contra él y, en ese punto, su memoria se quedó en blanco hasta que se fueron al auto para volver a casa. "Condujimos durante siete horas y solo hablamos cuando él se detuvo para comprar unas cervezas", recordaba. "Él nunca se disculpó y nunca discutimos".
VanSickle se fue a una universidad benedictina cerca de Pittsburgh, mientras que Poulson se mudo a una universidad católica en Erie (Pensilvania). "Pensé que tal vez entendió el mensaje", puntualizó el joven. Pero el sacerdote comenzó a presentarse sin previo aviso para ofrecerle dinero e incluso para comprarle un auto. La última vez que se presentó ante él, trajo a otro estudiante, "su nuevo juguete", según relató VanSickle.
"Como que habíamos cortado esa relación, él, en realidad estaba celoso y enojado", afirmó. "Pero lo ahuyenté e hice que se fuera. Esa fue la última vez que lo vi hasta su audiencia preliminar de este año".
VanSickle necesitó un año para decirle a su padre lo que había sucedido, y 10 años para contárselo a su madre. Con el resto de la gente mantuvo silencio, mientras que Poulson se mudó a la parroquia de Pensilvania y finalmente regresó a Erie.
En febrero, la madre de VanSickle leyó en un boletín de la iglesia que Poulson había sido acusado de abuso sexual infantil, y eso lo hizo reflexionar. "¿Qué hago? Decidí que no podría vivir en paz conmigo mismo si no lo enfrentaba".
Terminó documentando su trauma en Facebook, que desde ese entonces lo ha utilizado como una plataforma para conectarse con otros sobrevivientes de abusos por parte del clero en los 50 estados y en 11 países. Él dijo que hablando con otras víctimas lo ha ayudado a entender por qué había estado viviendo bajo una nube de ansiedad e ira.
"Es el trauma emocional y la pérdida de esa relación lo que todavía me atormenta y todavía me controla en algunas situaciones", alega.
Él no dijo nada durante años por temor a que su esposa de 33 años lo abandonara. Cuando ingresó a la terapia hace cuatro años, se enteró de que tenía un "trastorno límite de la personalidad" (TLP). "Los únicos dos sentimientos reales que tuve fueron enojo y miedo, y ambos me hicieron ser violento". Ahora, tanto él como su esposa están en terapia y los ataques de ira ya no ponen en peligro su relación con su familia.
La religión también ha ayudado, a pesar de las dolorosos recuerdos. No ha sido un católico activo desde esos episodios de abuso, pero se considera un cristiano que ha nacido de nuevo.
"Ahora tengo una relación personal con el Señor", agregó. "Con el tiempo, mi fe se hizo más fuerte. La Iglesia ya no era una opción, así que decidí ser un gran cristiano por mi cuenta. Necesitaba hacerlo o habría perdido a mi familia".
Aunque su propio camino se ha enderezado, VanSickle ha aprendido que animar a otros a presentar sus historias será un camino difícil. Durante el fin de semana, un hombre tenía tanto miedo a ser reconocido que solo aceptó reunirse detrás de un centro comercial después de varias horas.
"Estaba muerto de miedo, como yo", afirmó VanSickle.