Oceanía es un continente único por su gran contenido en especies endémicas verdaderamente peculiares. Esto se puede comprobar en la presencia de animales tan extravagantes como el ornitorrinco, la cucaburra o el pez rosado con manos. ¡Sí, sí, un pez con manos!
Si se compara con un mamífero con apariencia de pájaro, un ave cuyo canto recuerda escalofriantemente a una carcajada humana o un pez cuyas aletas en forma de manos le permiten caminar por el fondo del mar, el Demonio de Tasmania puede parecer de lo más normal. Sin embargo, detrás de este marsupial del tamaño de un perro pequeño, con cabeza ancha, cola gruesa y pelo negro se esconden un gran número de curiosidades que lo convierten en un animal digno de vivir entre ornitorrincos y peces con manos. Según Hipertextual.
Una especie que se protege a sí misma
Se dice que el Demonio de Tasmania fue bautizado así por los primeros colonizadores europeos, que lo comparaban con un diablo a causa de los aterradores chillidos que emitía cada noche mientras cazaba. Aunque en el pasado se podía encontrar por toda Australia, en la actualidad solo hay una población silvestre en la Isla de Tasmania, situada al sur del país. Incluso esta población se ha visto muy mermada en las dos últimas décadas a causa de un curioso tumor contagioso, que afecta a su cara y pasa al resto del cuerpo, hasta causarles la muerte.
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Fue descubierto en 1996 y desde entonces se calcula que ha terminado con el 80% de la población de demonios de Tasmania. Podría terminar extinguiendo a la especie, si no fuera porque, curiosamente, algunos de ellos tienen la capacidad de resistir a la enfermedad, sobreviviendo al tumor, que finalmente termina curándose, como si de un resfriado se tratara. Este hecho ha llamado durante los últimos años la atención de un equipo de científicos de la Universidad de Washington, que ya en 2016 publicaron en Nature Communications un estudio en el que describían las pesquisas que estaban llevando a cabo con estos marsupiales. Finalmente, esta misma semana una nueva publicación del mismo equipo analiza las causas genéticas de esta resistencia.
Los tumores contagiosos son especialmente raros. De hecho, aparte del tumor facial que extermina a los Demonios Tasmania, solo hay constancia de otros dos: uno benigno, que afecta a los perros, y otro similar a la leucemia que ataca a almejas y mejillones. Sin embargo, que los seres humanos no padezcamos este tumor no quiere decir que su estudio no pueda ser beneficioso para nosotros. De hecho, según los investigadores, algunos de los genes que parecen estar implicados en la regresión tumoral del diablo australiano son comunes con los humanos, por lo que en un futuro su estudio podría conducir al desarrollo de fármacos que ayuden a luchar contra el cáncer.
Simplemente el hecho de poder aportar claves esenciales para comprender los mecanismos implicados en la regresión tumoral ya convierte a este animal en una especie de lo más interesante. Pero la cosa no se queda ahí, ya que su leche también tiene mucho que enseñar a los científicos.
Concretamente, es de gran utilidad como arma en una de las luchas más encarnizadas que el ser humano ha tenido que librar a lo largo de su historia: la batalla contra la superbacterias. Según la Agencia Española del Medicamento y los Productos Sanitarios, 3.000 personas mueren cada año en España a causa de estas bacterias, que con el tiempo han desarrollado la capacidad de resistir al ataque de los antibióticos. Por eso, es de vital importancia detectar métodos alternativos que permitan luchar contra ellas, antes de que el desastre sea aún mayor. Muchos investigadores centran su trabajo en la búsqueda de sustancias bactericidas presentes en la naturaleza, a menudo generadas por plantas y animales típicos de los lugares más recónditos del mundo. Y entre ellos, por supuesto, no podía faltar nuestro amigo el Demonio de Tasmania. Esta aplicación del marsupial fue descubierta en 2016 por un equipo de investigadores de la Universidad de Sydney, al analizar algunos péptidos presentes en su leche.
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Como ocurre en el resto de marsupiales, las crías de Demonio de Tasmania nacen en una etapa muy temprana de desarrollo y pasan sus primeros días de vida, cien en su caso, en el interior de una bolsa situada en el cuerpo de las hembras. Esto hace que, aún con su sistema inmune sin terminar de desarrollar, estén continuamente expuestos a posibles infecciones externas, causadas por bacterias u hongos. Por eso, es muy importante que la leche con la que su madre les amamanta tenga un “ingrediente secreto” que les ayude a combatirlas. Este poder reside en los péptidos lácteos, que son conjuntos de aminoácidos presentes en la leche de todos los mamíferos, con un reparto muy desigual. De hecho, la leche humana solo contiene uno, mientras que la de estos animales puede llegar a tener hasta seis.
Tras comprobar su potencial antimicrobiano, estos científicos australianos consiguieron sintetizar en el laboratorio los péptidos, para después probarlos en cultivos de diferentes bacterias. Concretamente, dieron muy buenos resultados en Staphilococcus aureus multirresistente, la superbacteria por excelencia, y también en Enterococcus resistente a vancomicina.
Desde luego, el Demonio de Tasmania es todo un bicho raro, ¿pero qué haríamos los seres humanos sin ellos?.