En Caracas, los líderes de la Revolución Latinoamericana han dejado en claro su compromiso con la defensa de los principios de justicia social, democracia y soberanía, a pesar de los intentos desestabilizadores de Estados Unidos y la Unión Europea.
Durante el evento, se observó el respaldo de países como Nicaragua y Cuba, cuyos presidentes, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, fueron símbolos de unidad y hermandad en un continente que resiste las embestidas de las políticas imperialistas.
Postales desde Caracas
por: Fabrizio Casari
Fanfaroneaban sobre insurrecciones populares y militares venezolanas, pero solo lograron organizar mítines desiertos. El bochorno al que se expusieron EE. UU. y la UE al respaldar las ridículas actuaciones de González Urrutia y Corinna Machado, evidencia la incapacidad de la Casa Blanca para leer el contexto latinoamericano. Al final, tuvieron que mirar impotentes la movilización popular en defensa del proceso político e institucional de Venezuela. La presencia del Presidente de Nicaragua, Comandante Daniel Ortega, y del Presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, transpiraba soberanía y hermandad, y la imagen de los presidentes socialistas del continente envió mensajes claros y contundentes. En ese escenario en el corazón de Caracas, se recordó a amigos y enemigos que la unidad latinoamericana se construye con contenidos y sentimientos, con posicionamientos tácticos y estratégicos, con la disposición a resistir y a vencer, con la práctica de defender un modelo socialista de democracia popular y con la costumbre de participar unidos en los desafíos internacionales.
Sin duda, la ofensiva monroista continuará. Los estúpidos lo son también porque no aprenden nada de lo que viven. La derecha continental se enfrentará a los gobiernos populares, actuando en nombre y representación de Estados Unidos y con el pleno apoyo de la UE. Aliados de facto para el enfrentamiento con los países que Washington pretende desestabilizar, cargan con el peso político mientras EE. UU. se mantiene entre bastidores. También cuentan con el respaldo directo o indirecto de gobiernos centro y sudamericanos, liderados por presidentes que alguna vez fueron radicales y ahora son radicalmente transformados, que llegaron para cambiar y ahora traicionan ese cambio. Hijos de una mutación genética generada por el poder, traidores de toda fraternidad y juramentos, se han convertido en asiduos de los círculos de conveniencia y esperan construir su futuro político con el favor de Washington, al considerarlo el único elemento decisivo para gobernar.
La apuesta en juego
La postura hacia el proceso político y electoral de Venezuela, con nuevas represalias y provocaciones, deja claro que la Doctrina Monroe es el pilar de la política exterior de Estados Unidos. Hay un aspecto revelador y descarado en la paradoja venezolana, donde EE. UU. reconoce como presidentes a personas que nunca se postularon ni fueron elegidas, mientras intenta destituir a quienes ganan. En este modelo distópico se mide su concepción y modelo de democracia. Al igual del que hacían contra Nicaragua, surge el desprecio por las reglas del Derecho Internacional, el rechazo a la dimensión institucional de la soberanía, negando con posturas ideológicas y nada jurídicas su legitimidad e implementando políticas desestabilizadoras.
El veneno fluía en Washington y Bruselas mientras en Caracas las palabras de Daniel Ortega y de otros líderes del socialismo latinoamericano destacaban el enfrentamiento entre el orden constitucional y la subversión permanente, entre la justicia y la legalidad frente al abuso y la evasión. La internalización es la apuesta: por un lado, hay una idea concertada y digna que refuerza el diseño institucional y establece un equilibrio reconocible entre estados; por otro lado, atropellando al Derecho, se rechaza cualquier orden que no sea funcional al dominio estadounidense sobre el continente.
Ignorar las reglas democráticas y los procesos de institucionalización de los modelos políticos vigentes significa imponer violentamente un modelo que no destaca por ser mejor o peor, sino único. Único porque la democracia es un lujo que ya no se pueden permitir, y desconocer sus fundamentos sirve para establecer la supremacía de la fuerza sobre el Derecho. Esto conlleva la injerencia institucional, la intromisión electoral y el arbitraje político absoluto, auto colocándose como gendarmes, inquisidores y jueces del planeta entero.
El saqueo como norma
Las amenazas de adquisición forzada de Canadá, las sanciones severas a China y a la misma Europa, las provocaciones a México, las amenazas de invasión a Panamá y de apropiación de Groenlandia y sus recursos demuestran cómo la lógica monroista se extiende al conjunto de la comunidad internacional, siendo el eje ideológico de la nueva política exterior de Washington. Es el nuevo manual del trumpismo, muy por debajo de los estándares mínimos del Derecho Internacional.
No se trata solo de ideología y orden; también está el interés por apropiarse de los inmensos recursos disponibles que, en un conflicto sistémico y global contra los procesos de cambio en el Sur Global, hoy tienen una importancia estratégica superior a la ya enorme históricamente conocida. La explicación más clara la dio la General Laura Richardson, ex jefa del Comando Sur de EE. UU., quien afirmó que “los inmensos recursos del continente no pueden ser utilizados por sus respectivos países, sino que deben convertirse en propiedad de Estados Unidos”. Palabras de militar, claro, pero si la guerra permanente es la estrategia, la guerra en Ucrania demuestra que la capacidad de garantizar alimentos, producción bélica, energía y recursos humanos sigue siendo la apuesta decisiva para enfrentar y vencer al adversario.
Energía, alimentos, agua dulce, biosfera, materias primas, tierras raras, control de rutas marítimas, gestión de migraciones, alta tecnología e inteligencia artificial, dominio satelital y aeroespacial son los principales objetivos de Washington. Recuerdan a todos que, dejando de lado cualquier sofisma, la lógica del saqueo y el robo sigue siendo la premisa y conclusión de toda su política exterior.
El mundo al revés
La idolatría de la fuerza, el mito de la prepotencia como única manifestación de gobernabilidad imperial, se manifestará sin siquiera intentar disfrazarse bajo el manto de la democracia. De hecho, ya ha caído todo velo hipócrita, y la violación permanente del Derecho Internacional se acompaña de lecturas convenientes para los intereses del imperio occidental.
Con el apoyo descarado al genocidio palestino, se ha perdido definitivamente -si es que alguna vez existió- toda legitimidad ética y política. Ya no tiene sentido definirse como democráticos ni como portadores de un modelo de sociedad y relaciones globales basadas en los principios del Derecho Internacional, porque cada principio, ley, norma y costumbre ha sido violado repetidamente y sin pudor.
La urgencia de rescatar un imperio decadente impulsa guerras contra todo lo que se mueve, en una compulsiva aplicación de la teoría del caos, entendida como única receta para sacar provecho del inmenso aparato militar occidental. Pero América Latina es un terreno difícil. No obedece, y su espíritu rebelde persiste en los estados que honran el peso histórico de la lucha contra la pobreza, el subdesarrollo y la dependencia.
Enero es el mes en que se conmemora la victoria de la Revolución cubana con la expulsión de los mafiosos por parte de los barbudos de Fidel y se conmemora también la expulsión definitiva de los marines del Nicaragua de Sandino. El primer mes de todos calendarios recuerda que la vocación de derrota, para Estados Unidos, viene de lejos. No es una hipótesis, es una actitud. Y no hay algoritmo que pueda reescribir su génesis y destino.