Podría haber sido el año en el que Lionel Messi finalmente entraría al Olimpo del fútbol: una coronación en el Mundial con la selección de Argentina lo colocaría en el mismo peldaño que Diego Maradona y Pelé a la hora de hablar del mejor futbolista en la historia. Sin embargo, el astro del Barcelona se fue de Brasil sin la corona, tras una temporada de altibajos con su club, y a sus 27 años cabe preguntarse si se volverá a ver a esa «Pulga» mágica que maravilló al planeta.
Es probable que con su andar devastador, Messi siga brillando con sus épicas proezas en el club catalán o en otro equipo que recale antes de Rusia 2018. Pero aún está en deuda con quienes esperan una actuación consagratoria en una Copa del Mundo.
Por lo pronto y aún bajo la secuela anímica de haber perdido una final mundialista, Messi siguió triturando récords tanto en el torneo español como en la Liga de Campeones, aunque sin brillar como antaño, y además figura en la terna de aspirantes al Balón de Oro 2014 junto con el portugués Cristiano Ronaldo y el arquero alemán Manuel Neuer. El ganador se conocerá el 12 de enero.
Messi ha ofrendado decenas de jugadas que salpicaron de admiración incluso a fantasmas y marcianos, quebró varias marcas como goleador y fue elegido por la FIFA cuatro veces como el mejor jugador del universo. Pero aún le queda ganar el trofeo principal que es una Copa del Mundo, tal como lo hizo Maradona con actuación memorable en México 1986, y como lo antecedió Pelé en Suecia 1958, Chile 1962 y México 1970, en este último caso también con un juego de galera y bastón.
«Ganar un Mundial es algo que se mantiene en el recuerdo de la gente», destacó el presidente de la UEFA Michel Platini antes del Mundial de Brasil. «Johan Cruyff y Marco van Basten (holandeses) no lo ganaron, yo no lo gané y tuvimos tres veces el Balón de Oro», agregó el francés.
Messi tuvo en Brasil un arranque de ensueño con un golazo a Bosnia, otro agónico a Irán y un doblete de gala frente a Nigeria, y en el cruce de octavos ante Suiza, cuando el equipo estaba en problemas, se encargó de tejer la jugada que definió Angel di María a tres minutos de ir a los penales.
De allí hasta la final, Messi dejó de lado su lucimiento personal y se puso al servicio del equipo en una reconversión táctica del técnico Alejandro Sabella, quien necesitaba del esfuerzo colectivo para remendar a una tropa averiada por lesiones como las de Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín y el propio Di María.
Salvo en Barcelona donde es ídolo total, Messi en general cosecha más adhesiones que pasiones porque le falta ese paso que dieron Maradona o Pelé hacia la gloria eterna. Y ese paso, por más Copa América que pueda ganar el próximo año en Chile, recién podría darlo en Rusia 2018.
BUENOS AIRES (AP)