Messi, de heredero de Ronaldinho a suceder a Zarra

Leo, entras ya por Deco», le soltó el entrenador del Barcelona, Frank Rijkaard, al imberbe debutante. Y Lionel Messi, melena al viento y con el dorsal 30 que sumaba el número 20 del futbolista sustituido y el 10 de Ronaldinho, su otro ídolo, saltó poco después al césped para unirse al astro brasileño y disputar así sus primeros minutos en la liga española.

El escenario ese 16 de octubre de 2004 era digno de un grande: un derbi barcelonés en la cancha del Espanyol, que era quinto en la clasificación en la séptima jornada y tenía ganas de tumbar al líder. Apenas ocho minutos disputó Messi; lo justo para celebrar el triunfo por 1-0 con gol de Deco camino del título liguero. El argentino no tuvo tiempo de marcar, pero tanto sus compañeros como el propio Rijkaard aventuraron un torrente de dianas en el futuro.

Aunque pocos hubieran adivinado una cifra como la que alcanzó el sábado, cuando anotó tres en la goleada por 5-1 sobre el Sevilla para alcanzar las 253 conquistas ligueras y fulminar, de una vez por todas, el récord histórico de 251 que ostentaba desde hace más de medio siglo Telmo Zarra, ex del Athletic de Bilbao.

«Nunca pensé qué alguien alcanzaría a Zarra, que jugó en una época con más delanteros que defensas», reconoció al término del partido el actual técnico, Luis Enrique. «Yo no he visto un jugador igual que Leo. Es incomparable, único e irrepetible. Tenemos la suerte de tenerlo, disfrutarlo y ver como deja este récord en unas cifras inalcanzables. El presente es maravilloso con el mejor jugador de la historia en nuestro equipo».

Ese presente maravilloso al que aludía el entrenador venía a negar el sombrío panorama con que había convivido la hinchada culé durante la previa, cuando la prensa local se hizo eco de unas declaraciones de Messi en Argentina, donde cuestionaba su futuro en la misma entidad azulgrana que le dio al alternativa una década atrás.

«Sólo con verlo entrenar demostraba unas cualidades fuera de lo común», recordaba recientemente Deco sobre aquel ansiado debut. «Sabíamos que detrás de ese niño inocente y tímido había un diamante en bruto. Iba para crack y esperábamos con mucha ilusión su estreno».

Los pronósticos sobre el que fuera Balón de Plata ese año se revelaron acertados: Messi figura actualmente como astro indiscutible del fútbol mundial y, con cuatro Balón de Oro ganados consecutivamente hasta la pasada temporada, seis campeonatos conquistados y tres Ligas de Campeones desde que Rijkaard le soltara aquel ya distante «vamos», se ha erigido tiránico dominador del último lustro.

Ya sin el dorsal de canterano a la espalda, más que digno heredero del 10 de su amigo «Dinho», ha devorado récords, gestas y noches mágicas, una vez debutó como el segundo azulgrana más joven con 17 años tres meses y 22 días; solo por detrás de Paulino Alcántara, al que superó la temporada pasada como máximo realizador de la historia del Barça al rebasar los 369 goles entre partidos oficiales y amistosos.

Con su triplete anotado contra el Sevilla en la decimosegunda jornada del actual campeonato, el rosarino superó a otra institución nacional, ya que Zarra fue también un excelente delantero, aunque más dependiente de su poderoso remate de cabeza que del virtuosismo con los pies.

«Era un hombre rápido y esbelto, muy completo, modesto y humilde, que no sacaba pecho. Estaría orgulloso de que sea Messi quien bata su récord», consideró todo un mito del club vasco e íntimo de Zarra, Miguel Ángel Iribar, poco antes de que el barcelonista lograra la gesta.

Y es que, como su tímido sucesor, Zarra se reveló futbolista de cualidades unificadoras, capaz de causar admiración en ambos bandos de la España posterior a la guerra civil. Técnicamente menos dotado que el argentino, su especialidad era el juego aéreo, pero también exhibió un instinto oportunista hasta en los libros de historia: el primer trofeo «Pichichi» al máximo cañonero del campeonato, el mismo que Messi ha ganado en tres ocasiones, se lo llevó el bilbaíno, que acumula seis.

Criticado por ciertos sectores la pasada campaña, el argentino nunca se propuso dejar de marcar goles a ritmo demencial, por mucho que en la actual se haya camuflado de asistente del brasileño Neymar, máximo realizador barcelonista en la liga con 11 dianas. Por lo general, en las grandes citas suele aparecer su olfato depredador, y era de prever que, tras tres partidos seguidos sin marcar, el estadio Camp Nou sería el digno escenario de un nuevo hito: su vigesimosegundo triplete vestido de azulgrana.

Hace un mes, cuando el clásico contra el Real Madrid y el coloso Santiago Bernabéu se vislumbraban posible plató del récord de Messi, se dio vuelo a la idea de que, a modo de las ligas deportivas de los Estados Unidos, se parara el partido para rendir homenaje al astro, pero pronto se desestimó la opción.

Como Zarra en su tiempo, Messi siempre se ha revelado poco amante de los discursos públicos, entretenido como está en la persecución de la pelota. Las grandes declaraciones suele hacerlas sobre la cancha, y el sábado no fue una excepción.

253 dianas dan para goles de todos los colores, y «La Pulga» sacó a relucir su rica paleta con tres toques de arte de distinta cuna. El primero fue una plástica y fina pincelada de tiro libre directo, esquivando la barrera y el vuelo del arquero, en el segundo ofició de ariete de brocha gorda, empujando en el área chica un cruce de Neymar, y en el tercero sacó la firma de autor universal: control, conducción, dominio de la escena, asociación y latigazo inapelable para el punto y final.

Sin más palabras que la tierna dedicatoria a su hijo Thiago y discreto mensaje en las redes sociales, Messi se sometió al manteo de sus compañeros, masajes de la directiva y adoración de los aficionados que, durante 10 maravillosos años, le han visto crecer hasta alcanzar cotas insospechadas.