Cuando tenía 23 años no había forma que alguien me hiciera salirme del carril que me conducía a mi sueño, me dormía pensando en lo que había hecho por mí y mi familia ese día y que debía hacer si Dios me daba la oportunidad de un día más de vida, a esa edad tenemos el mundo en nuestras manos muchas veces sin mirar los peligros que corren a dónde vas, cuando veo a Cheslor manejando su vehículo por las arterias de Kansas City puedo fácilmente entender desde otra perspectiva como un ser humano vive a plenitud ese sueño que siempre buscó con mucho sacrifico, batallando con la lejanía de su familia y los peligros que te ofrece la fama y el dinero.
Cheslor se sienta a comer en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, casualmente encuentra a un compañero de equipo con su familia y la reacción de ellos es como que han visto al dulce hermanito de la casa. Toma su plato pasa a la barra de ensaladas y lo primero que busca son el arroz y los frijoles, su accionar tiene un silenciador activado y lo que él dispara son ráfagas de humildad, no habla de sus millones pero sí de las buenas amistades que ha hecho, no comenta de su nueva moto acuática habla simplemente de lo buena que está su limonada , pasa cerca de su mesa Alcides Escobar y antes de abandonar el lugar lo que deja es una muestra de cariño para El Niño «Este chamo, come bastante» le dice el ganador de guante de oro y All Star venezolano, la familia de Alcides también lo hace así mientras se retiran del lugar. Cuthbert sigue conversando y saca el relucir su bella isla en una amena plática donde no esconde su orgullo pinolero, «muero por regresar a la casa» Cheslor no conoce en persona a su hijo de su mismo nombre, tiene dos meses de nacido, es hermano de Kelsie su primer retoño.
Sale del restaurante y una familia se detiene para tomarse una fotografía con «El Niño» que ha conquistado el corazón de sus fanáticos con su fantástica temporada pero sobre todo con su sonrisa, Cheslor no se atreve a negar que de una u otra manera su fatiga lo ha golpeado «a veces quisiera seguir durmiendo, pero debo levantarme e ir a cumplir mi rutina previó al juego» dice uno de los mejores novatos de todo el beisbol, enciende su estéreo, activa YouTube y busca música urbana en español, sigue hablando de Nicaragua, se refiere a su residencia en Corn Island ya casi terminada como otro sueño cumplido, se detiene en cómo arregló especialmente el cuarto de su hija, todo de color rosado y su miraba denota una profunda felicidad más de lo que le generó aquel cuadrangular contra Masahiro Tanaka en Yankee Stadium o aquel batazo que dejó tendido a los Tigres en 13 episodios.
Su familia es su oxígeno, sus amigos los glóbulos rojos y blancos que corren por su sangre, esta es la impresionante personalidad de un muchacho costeño que está rompiendo esquemas, estereotipos, preocupado por la necesidad de su prójimo, por el bienestar de sus seres queridos, el tipo de chavalo que entra al clubhouse de su equipo y le regalan respeto y cariño incluso los ya muy veteranos, agradecido con la vida y con Kendrys Morales que le ha regalado un gallo de raza para su colección de más de 70 que tiene en la isla.
Mientras el reconocimiento beisbolístico a Cuthbert es unánime por ejecutivos, coaches, compañeros de equipo y los aficionados, «The Kid» sale del estadio arranca en su camioneta veo que se detiene se escucha un grito de un niño dice Cheslor, Cheslor «ese niño es un gran fanatico mío no se va del estadio si no salgo me espera en todos los partidos» dice Cuthbert después de firmar una pelota y «para variar» sonríe, sigue su camino y no pretende hablar porque viste de Armani, simplemente está feliz porque Doña Debbie (su mamá) está por llegar a Kansas City para ver a su niño.