Se fue por la puerta grande, la misma por la cual había llegado.
Bolt es triple campeón olímpico
Y dejó un legado que será difícil de igualar tras cosechar tres tripletes olímpicos seguidos, los de los 100 y 200 metros y el relevo de 4×100.
Los juegos de Río de Janeiro despidieron al atleta más grande de todos los tiempos cuando Usain Bolt se agachó y besó el piso tras ganar su novena medalla de oro con el relevo corto de Jamaica el viernes. Previamente se había alzado con los 100 y los 200, tal y como hizo hace ocho años en Beijing y en 2012 en Londres.
Otros dos atletas cosecharon nueve preseas olímpicas doradas (Carl Lewis en los 100, 200, 4×100 y salto en largo, y Pavo Nurmi en los 1.500, 5.000, 10.000 y cross country individual y por equipos). Pero nadie se apuntó tres oros seguidos en las mismas tres disciplinas, ni dominó alguna especialidad con la autoridad con que lo hizo el caribeño en las pruebas de velocidad pura.
Bolt se lleva consigo los récords mundiales de las tres pruebas en que compitió.
Y el atletismo pierde tal vez la figura más carismática que jamás haya tenido.
«Está decido: soy el más grande», proclamó Bolt después de ganar su tercer oro en Río. Nadie se lo discutirá.
Desde su irrupción en los primeros planos el mundo supo que se trataba de un atleta distinto. Bolt no solo ganaba. Aniquilaba a sus rivales y sin esforzarse demasiado, a menudo desacelerando al final tras sacar amplias ventajas con sus enormes zancadas. Y se metía al público en el bolsillo con sus sonrisas, sus bromas para las cámaras y sus festejos simulando un rayo después de cada triunfo.
En las eliminatorias de los 200 en Río contuvo la arremetida de un rival aprovechando que él había rebajado la marcha y cruzó la meta mirándolo con una sonrisa socarrona, como retándolo porque había intentado pasarlo a él, al rey.
Fue un gesto como tantos otros que marcaron su carrera. Picarón y divertido, pero no sobrador. Jamás nadie se molestó por sus payasadas.
Río 2016, sin embargo, fue testigo de otros gestos poco habituales en él. Como la mueca de fastidio que hizo tras ganar los 200 sin poder batir su propio récord mundial de 19.19 segundos, que fijó en el mundial de Berlín en 2009, la misma cita donde clavó la marca de 9.58 en los 100 metros. Récords que, a un día de cumplir los 30 años, parece que ni él mismo podrá superar.
Bolt se caracterizó siempre por arrancar lento y ganar viniendo de atrás. Con sus 1,95 metros (6,4 pies) y 94 kilos (207 libras), siempre le costó entrar en velocidad. Pero cuando lo hacía, era imparable. Sus trancos largos le daban una ventaja enorme sobre sus rivales, que no tenían forma de contener sus aceleradas.
En la final de los 100 en Beijing 2008 se golpeó el pecho antes de cruzar la meta en lo que algunos vieron como un gesto sobrador que le impidió hacer un tiempo más bajo. Para colmo, tenía las zapatillas desabrochadas. Era los lujos que se podía dar a los 21 años.
«No estaba mofándome de nadie. Estaba contento», sostuvo Bolt, quien conservó esa efervescencia a lo largo de toda su carrera.
En los 200 de Río, fue claro que quería el récord. Hizo probablemente una de las mejores partidas de su vida y tomó la punta tempranamente. Pero no pudo mantener el ritmo y sus rivales se le acercaron en la recta final, algo que nunca se había visto.
«Me estoy poniendo viejo. En la recta mi cuerpo no respondió», admitió el velocista, quizás la persona más famosa que haya salido de Jamaica desde Bob Marley.
Bolt dijo en días recientes que el mundial de 2017 en Londres marcará su retiro de las pistas.
«Me siento aliviado. Lo conseguí», declaró el jamaiquino en alusión a su tercer triplete. «Estoy contento, orgulloso. Todo se hizo realidad. La presión que siente uno es real. Esto es un gran logro».
Por ahora, Bolt no ha perdido nunca una final importante y se lleva consigo no solo los nueve oros olímpicos, sino también 11 preseas doradas en campeonatos mundiales, donde su único traspié fue una salida en falso que lo marginó de la final de los 100 metros en Daegu 2011.