En uno de los múltiples choques entre delantero y defensa durante un Barcelona-Atlético de Madrid en la liga española, el uruguayo Luis Suárez se revuelve contra su compatriota José María Giménez y le suelta un enardecido exabrupto, a lo que su compatriota responde con una fea dedicatoria, extensible a la familia más cercana del ariete barcelonista.
La escena se repite poco después con el otro central rojiblanco, Diego Godín, quien reprocha a Suárez haber fingido una falta, y observa cómo su paisano reacciona con incrementada virulencia verbal, bordeando aunque nunca desencadenando plenamente el enfrentamiento físico.
Quien no conociera a los tres protagonistas de tan llamativo y prolongado intercambio oral probablemente se sorprendería de que Suárez, Giménez y Godín sean compañeros en la selección uruguaya; mucho menos que vuelvan a considerarse amigos una vez suene el silbatazo final.
Pero así entienden los jugadores charrúas su fútbol. Un ejercicio a flor de piel competitiva, sin tregua ni cuartel sobre la cancha, donde no hay amigo, hermano ni compatriota que valga. Apenas el resultado definitivo, siempre justificado con base en la garra exhibida en la defensa a muerte de la camiseta.
Nadie en el Atlético debería desplegar mejor ese concepto que Godín y Giménez el sábado, cuando el equipo madrileño pise la cancha de San Siro en Milán para disputar la final de la Liga de Campeones contra el vecino Real Madrid.
Ambos centrales, presumiblemente titulares, cuentan con fiel aliado en el técnico argentino Diego Simeone, otro devoto del fútbol de pica y palo, donde prevalece la capacidad de sufrimiento sobre el a veces caprichoso talento, así como de la noción de que el esfuerzo no se negocia.
De la mano del timonel bonaerense, Godín a punto estuvo ya de besar la gloria hace dos años, cuando un cabezazo suyo en la final de Lisboa, también contra el Madrid, se quedó a un solo de minuto de significar la primera Champions de la historia para el Atlético.
Pero Sergio Ramos niveló por los «merengues» en los descuentos, también de testa, y el desgaste físico acabó pasando factura al cuadro rojiblanco, que dobló la rodilla en la prórroga, con derrota final por 4-1.
El resultado dolió doblemente por lo abultado para un central de raza como Godín, quien días antes había certificado la conquista de la liga española con otro tanto aéreo en cancha del Barsa.
«Yo no estaba pensando que ya habíamos hecho suficiente para ganar. Nunca pienso así, ya que sé que el partido no se acaba hasta que el árbitro pita el final. Había que seguir jugando. En el fútbol, un minuto puede ser mucho tiempo», ponderó Godín el martes.
Fichado por los servicios técnicos de la entidad «colchonera» con apenas 18 años, Giménez vivió aquella decepción como mero espectador, pero su meteórica carrera desde entonces le tiene a las puertas de su primera final continental, donde parte con ventaja sobre Stefan Savic para acompañar a Godín en el eje.
Los problemas físicos de los centrales han sido una constante para el Atlético a lo largo de la presente campaña, pero ello no ha evitado que el equipo rojiblanco acabara el campeonato tercero en la clasificación, a tres puntos del recientemente coronado Barsa, y agarrado una temporada más a su fiabilidad defensiva.
El arquero Jan Oblak se ha erigido como el menos goleado del torneo doméstico con apenas 18 tantos encajados, y el conjunto de Simeone ha mantenido invicto el arco en ocho de los 12 cotejos que ha disputado en la Champions.
La dupla que forman el veterano Godín y el joven Giménez es la preferida de Simeone, que duda ligeramente en el caso del aprendiz por algunos lapsos mentales propios de su relativa inexperiencia. Exigente como pocos, el ex jugador de Danubio se recriminó duramente un error que costó un gol y dos puntos contra el Deportivo La Coruña por la 10ma fecha liguera, pero encontró el raudo respaldo de compañeros y entrenador.
A Simeone le perturbó más su innecesario penal sobre Javi Martínez en el partido de vuelta de semifinales de Champions contra el Bayern Munich, y es por ello que también valora el plus de veteranía que aporta Savic, aunque pocos esperan que Giménez no forme el sábado en el once titular.
A garra charrúa sólo se le puede equiparar Godín, segundo capitán del Atlético y reconocido líder del vestuario tras seis campañas en la entidad, donde ya figura como el tercer extranjero con más partidos disputados.
Prácticamente nadie adivinó el sorprendente giro que daría su trayectoria profesional tras el arribo en 2011 de Simeone, quien le dio galones y la confianza necesaria para cortar, mandar, e incluso golear a balón parado.
«Es el mejor central del mundo», argumenta el siempre atento Giménez, sobre su referente, al que emula con devoción, tanto en gestos técnicos como arengas a los compañeros. Tal es la simbiosis, que la casualidad quiso que ambos sufrieran la misma dolencia muscular en marzo, en espacio de sólo cinco días.
Su principal diferencia radica en los orígenes como delantero de Godín, mientras que el aprendiz se planteó ser portero. Pero los dos son valientes al cruce y tácticamente disciplinados, aunque con ocasional exceso de fogosidad meritorio de tarjeta amarilla, e incluso roja en casos como el último choque liguero con Suárez en el estadio Camp Nou, que acabó en expulsión de Godín.
Aquel partido acabó con gol de Suárez y remontada 2-1 del Barsa, eventual campeón por escueto margen. Pero la pareja de centrales rojiblancos prevaleció en la Champions pese al doblete en la ida de cuartos de su compatriota, y mantuvo a cero al Barsa en la vuelta para sellar el boleto rojiblanco por marcador global de 3-2, toda una oda al sufrimiento que pregona Simeone.
No existe consenso claro aún sobre el origen del concepto conocido como «garra charrúa». Algunos apuntan a un partido de Uruguay contra Francia en los Juegos Olímpicos de París en 1924, otros al célebre «Maracanazo» en el Mundial de 1950 ganado a Brasil en su propio estadio.
Lo que sí parece definido es lo que representa a estas alturas. En caso de duda, la recomendación sería fijar la vista el sábado en el estadio San Siro y buscar la penúltima línea de protección del Atlético. Allí donde Giménez y Godín suelen dictar su implacable ley, esa que no distingue entre conocidos, hermanos o paisanos. Y en la que sólo gana el más fuerte.