Pete Rose no estaba de ánimo para dar declaraciones el lunes. Lo que se entiende luego que el comisionado Rob Manfred le dio el portazo a lo que casi seguramente era su última oportunidad de volver al béisbol.
De todas formas, Pete Rose tenía un día de trabajo. Y fue así que se sentó frente a una mesa plegable afuera del casino Mandalay Bay, sacó un bolso con varios bolígrafos y se concentró en la tarea.
Firmó un gorro negro, que este día tenía el precio especial de 299 dólares. Mientras, algunos aficionados deambulaban, atraídos por dos individuos jóvenes que lucían camisetas con el nombre de Pete Rose y que a gritos les invitaban a acercarse.
«Gente, Pete Rose está con nosotros hoy», gritó uno. «Es el rey de los hits en el béisbol. Vengan a conocer a una leyenda viviente».
Si Rose había quedado devastado por el rechazo de Manfred a su solicitud de ser readmitido en el béisbol, supo esconderlo. Luciendo un gorro blanco con el logo de los Rojos de Cincinnati, Rose conversó amenamente sobre el deporte con un reportero, pero declaró que iba a esperar un día para meditar lo que diría sobre la decisión.
Se trata de una sanción de por vida que ahora sí se siente como eterna, lo que debe ser durísimo para Rose. A la edad de 74 años, no va a recibir una nueva oportunidad para apelar el castigo que recibió por apostar en juegos de béisbol, casi tres décadas después del primer castigo.
«El señor Rose no ha presentado evidencia creíble de haber rehecho su vida», escribió Manfred.
Manfred quiso decir que Rose no renuncia a apostar, haciéndolo en toda clase de eventos deportivos, incluyendo el béisbol. El que sea legal cerca de donde firma autógrafos no escapa a la vista, pero el comisionado lo cataloga como irrelevante.
Si Rose hablase, mencionaría que hace tiempo asumió la responsabilidad por sus acciones. También diría que purgó muchos años de su sentencia, y que la cadena Fox le abrió las puertas para su equipo de analistas en la Serie Mundial sin que nadie chistara.
O bien, resaltaría la descarada hipocresía de los jerarcas del béisbol hoy en día.
Es la misma gente que acepta los juegos de fantasía al sostener que no son apuestas, lo cual causa la misma risa que cuando Rose insistía en que no apostó al béisbol. Pero las Grandes Ligas tienen un interés económico en los juegos de fantasía, que representan la misma clase de amenaza a la integridad moral del deporte que las apuestas que Rose hacía en los juegos de los Rojos.
También se preguntaría por qué los reyes de la era de los esteroides, que prácticamente minaron el deporte con sus estadísticas artificiales, son recibidos con los brazos abiertos. Como Barry Bonds, que dentro de unos cuantos meses empezará en su nuevo empleo como coach de bateo de los Marlins, todo con la bendición de las Grandes Ligas.
Rose, por su parte, encantando vende una pelota por 199 dólares. En la misma escribe: «Hits 4.256. Esteroides 0.»
Por 100 dólares adicionales, venderá una pelota con la frase: «Lamento haber apostado en el béisbol».
Pareciera algo chabacano, pero hay que ganarse la vida. Así que durante 20 días al mes, Rose se pasa entre cuatro y cinco horas en el Mandalay Bay.
«Los que usaron esteroides pueden entrar al Salón de la Fama y ellos causaron un daño directo al deporte, así que ¿por qué no Pete Rose?», se preguntó Cliff Cho, un supervisor de ventas de una concesionaria de BMW en Las Vegas, que compró una pelota para que Rose la firmara. «Y haber apostado por los Rojos no significa que no consiguió 4.256 hits».
No hay duda alguna de que Rose tiene los números para llegar al Salón de la Fama. Sin el lastre de las apuestas, se le habría elegido en su primera oportunidad. Pero no pudo siquiera ser votado, porque el recinto ha considerado que no es elegible, a diferencia de lo que ocurre con Bonds y otros integrantes de la generación de los esteroides.
Tampoco hay duda de que Rose ha sido su peor enemigo en su batalla contra los dirigentes del deporte al que ama. Durante años, se negó a admitir que había apostado a juegos de béisbol.
Y Manfred afirma que en su reunión, a comienzos de este año, Rose no fue totalmente sincero cuando le preguntó sobre las revelaciones recientes de que había apostado a encuentros de béisbol en 1986, cuando era pelotero y manager de los Rojos.
Rose puede ser arrogante, y hasta grosero. Si usted es alguien que se ofende fácilmente, no es recomendable que salga a cenar con él.
Pero, ¿realmente es una amenaza a la integridad del deporte como sugiere Manfred?
Difícilmente, por más que los individuos santurrones a cargo del béisbol traten de pintarlo así.