Nadie se acordó de Michael Phelps en el campeonato mundial de Kazán, Rusia, donde el estadounidense no compitió y la sensacional Katie Ledecky y el misterioso Sun Yang acapararon toda la atención.
Para el que no está metido en el mundo de la natación, la idea de que Phelps, a punto de cumplir 30 años, pueda añadir más lustre a su impresionante cosecha de 18 medallas olímpicas de oro y 22 en total en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro el año que viene podría parecer absurda.
Mientras las grandes luminarias competían en Rusia, sin embargo, el fenomenal nadador cosechaba tiempos impresionantes en el campeonato nacional de San Antonio, Texas, y dejaba en claro que va a estar en la pelea en Río.
Estuvo imparable. Su cuerpo luce en su mejor forma y consiguió registros que no se veían desde la época de los trajes de baño de alta tecnología. Cuando su rival Chad le Clos lo provocó desde la distancia, los tiempos de Phelps bajaron más todavía, pese a que nadaba contra sí mismo.
«Me alegro mucho de estar donde estoy en estos momentos», dijo Phelps, quien no fue al mundial en castigo por haber sido detenido por segunda vez manejando ebrio. Se enfocó entonces en el campeonato nacional, una justa relativamente menor en la que participan jóvenes promesas y figuras de nombre que se clasificaron al mundial.
No es el tipo de competencia de alto nivel a la que está acostumbrado. Pero a Phelps no le importaba quien estaba en el carril de al lado. Estaba concentrado en lo que sucedía en Kazán, o más precisamente en los tiempos que se hacían allí en los 100 y 200 metros estilo mariposa y en los 200 combinado individual.
Quería superarlos a todos y demostrar quién es el verdadero campeón.
Y lo hizo. Sus registros fueron dignos de los del 2009, en que unos trajes elásticos luego prohibidos ayudaban a mejorar mucho los tiempos. Su registro en los 200 combinados fueron los mejores desde que ganó la medalla olímpica de oro en Londres en el 2012.
«Estoy preparado para lo mejor y lo peor», expresó. «Pensé que eso me ayudó a estar relajado. Estaba listo para cualquier cosa. Es algo que recuperé, que no tuve durante un tiempo».
Después de ganar ocho medallas olímpicas de oro en Beijing en el 2008, superando por una la legendaria marca de Mark Spitz, Phelps no tenía nada que demostrar a los 23 años de edad. Dejó de entrenarse, fue fotografiado fumando una pipa de marihuana y ni siquiera subió al podio en su primera prueba del 2012. Pero sorprendió en las siguientes, capturando cuatro oros y dos de plata. Concluida la justa olímpica, anunció su retiro como el atleta más galardonado en la historia de los juegos.
Estuvo un año alejado de la natación. Volvió, y las cosas no empezaron bien. En septiembre fue detenido por segunda vez manejando ebrio y decidió tomar el toro por las astas y hacer frente a sus problemas. Se sometió a una rehabilitación de seis semanas que lo ayudó a lidiar con viejos traumas familiares (sus padres se divorciaron cuando él era pequeño y tiene una relación difícil con su padre) y con el consumo de alcohol.
Juró no volver a beber hasta los juegos de Río y alcanzar el mejor estado de su vida. Se lo ve más musculoso que antes, con una gran definición muscular. Su cuerpo no sufrió tanto como esperaba después de correr dos pruebas seguidas, aunque necesita dormir más que en el pasado.
«Mi cuerpo no se siente cansado, solo somnoliento», comentó. «Eso es lo más importante ahora, dormir bien».
Hacia fin de mes se mudará de su querido Baltimore a Phoenix para estar de nuevo con su técnico de siempre Bob Bowman, en quien confía ciegamente.
Todo parece indicar que en Río nadará las tres pruebas que nadó en San Antonio, además de tres relevos.
«Obviamente tenemos mucho trabajo por delante. El mundo ya no nos teme», señaló Phelps.
El nadador aludió así socarronamente a Le Clos, quien le ganó la final de los 200 mariposa en Londres y que desde Kazán dijo: «No le tengo miedo a Phelps. Nunca le tuve ni se lo voy a tener».
SAN ANTONIO, Texas, EE.UU. (AP)