Yasuo Takamatsu tiene 54 años y desde hace tres años bucea en el océano Pacífico para encontrar algún rastro de Yuko, su mujer. En la aventura lo acompaña la esperanza de otro padre quien también sueña con hallar a su hija.
Murieron 15.845 personas. Fueron identificados 613 cadáveres. Se acumularon más de cinco años y más de miles de acontecimientos desde el trágico tsunami que arrasó las costas de Japón un viernes común de un marzo perdido en 2011. Yuko Takamatsu aún no aparece. Desde la incógnita de su ausencia germina la historia de su marido Yasuo Takamatsu, un obstinado que honra el sentido de la esperanza.
«No tengo otra opción que seguir buscándola«. Lo hace mar adentro, desde hace tres años. Lo hizo por tierra desde el día después del tsunami. Lo hace solo desde que los servicios de rescate creyeron satisfacer las demandas. La tragedia la encontró a ella refugiada en la terraza de un banco. El procuró rastrear sus huellas por sobre toda la costa de la playa de Onagawa, sobre la frondosidad de los bosques, sobre los rincones de las montañas. Hasta que decidió salir a su rescate sobre la inmensidad del océano: desde septiembre de 2013, cuando la búsqueda infructuosa revitalizó su ilusión operando sobre aguas abiertas.
«La verdadera razón por la que quiero aprender a bucear a los 56 años es para encontrar a mi esposa en el mar«. Así se presentó en High Bridge, la proveeduría deportiva local. De inmediato conectó con Masayoshi Takahashi, instructor de buceo y responsable de un grupo de voluntarios que además de limpiar las costas de los desechos que dispersó el tsunami hallaron cuerpos de las víctimas del fenómeno. Coordinaron zonas de rastrillaje, compartieron sensaciones y trabajaron sus expectativas.
La odisea es ardua. Las corrientes desplazan los cuerpos flotantes, las mareas provocan que las áreas de búsqueda no se reduzcan, el mar tiene sectores de aguas restringidas por rutas de pesca y corrientes peligrosas. Cada inmersión debe ser concertada de acuerdo a los requerimientos de la guardia costera. En su primera aventura de buceo, Takamatsu se sorprendió con la música del silencio oceánico: lo bautizó chirichiri, un sonido similar a la quema de pelo o el silbido de una serpiente. A pesar del pánico, de la inexperiencia, alcanzó una profundidad de cinco metros. La búsqueda se extiende a cualquier retazo de su ropa o accesorio -Yuko vestía pantalones negros y un abrigo color camel el día del tsunami-, cualquier objeto que le devuelva alguna información. Hoy, por la fuerza del amor, es considerado un experto de buceo: ya emprendió más de 110 inmersiones, de entre 40 y 50 minutos cada una, en tiempo récord obtuvo la certificación de la actividad, aprendió a identificar las mareas, los colores, las formas de los cuerpos flotando.
Yasuo dice que cuando bucea se siente más cerca de ella. Quizá por eso también lo haga, potenciando la más mínima posibilidad de saber de su esposa. El motor que le carbura la esperanza: «Siento que podré encontrarme con ella un día si sigo buceando». Ella era gentil, le gustaba su sonrisa y su modestia. Ella escuchaba música clásica y pintaba sobre lienzos que solo él conoce. El ciudadano japonés recuerda cada vez que se sumerge en la búsqueda infinita el último mensaje de su esposa previo a que la furia del agua la domara. Yasuo Takamatsu le escribió «¿Estás bien? Quiero ir a casa». Yasuo Takamatsu vive para cumplirle el deseo: «Siento que todavía ella quiere volver a casa«.
Sus últimos momentos habrían sido en la terraza del banco 77 en Onagawa, en el que trabajaba. Los compartió con Emi, hija de Masaaki Narita, de 57 años, a quien Yasuo conoció en las curvas de la vida post tsunami. Ambas se habían refugiado en el techo del edificio pero las inesperadas olas de hasta trece metros barrieron la improvisada defensa de las víctimas. La desaparición de Emi estremeció a Yasuo: el rasgo empático de los hechos motivaron al ya buceador profesional extender las razones de su búsqueda. Le ofreció a Narita buscar también a su hija pero no hizo más que estimularle la travesía. Desde febrero de 2014 que ambos se zambullen en el deseo de cerrar su historia.
En un viernes común de un marzo perdido en 2011 un tsunami arrasó las costas de Japón. El terremoto que lo originó, de 8,9 en la escala Ritcher, liberó una energía similar a 200 millones de toneladas de explosivos TNT. También modificó el eje de rotación de la Tierra y redujo la duración del día en 1,8 microsegundos. Cinco años después hay un marido y un padre decididos, convencidos y esperanzados a encontrar las respuestas que la naturaleza les debe.