La frecuencia sexual ha disminuido considerablemente en las últimas décadas. Estadísticas recientes le han puesto fecha de caducidad a uno de los placeres más importantes del ser humano.
Recientemente, David Spiegelhalter, experto en estadísticas de la Universidad de Cambridge, observó como diversos estudios corroboran la tesis de que la frecuencia en la actividad sexual ha disminuido notablemente en el Reino Unido.
Según Natsal, National Survey of Sexual Attitudes and Lifestyles, en 1990 las parejas de entre 16 y 64 años hacían el amor cinco veces al mes –lo que tampoco es para tirar cohetes-; porcentaje que disminuyó hasta cuatro veces, en el año 2000, y tres en el 2010 para el mismo periodo de tiempo.
'Es decir, en 20 años la frecuencia ha bajado un 40%. De seguir así, comentaba Spiegelhalter, en el 2030 las parejas no van a tener ningún encuentro sexual. Lo cual es muy preocupante.
Mientras este profesor de Cambridge investigaba en las encuestas y estudios sexuales, descubrió que la línea descendente de la sexualidad inglesa mostraba un inesperado pico en 1973, que este experto achaca a la crisis del petróleo, cuando el gobierno de Edward Heath instauró en el Reino Unido la semana de tres días para ahorrar combustible y los cortes de electricidad eran comunes.
Algunos empiezan a preguntarse sobre el impacto de la falta de sexo en la salud de la población; ya que, como todos sabemos, revolcarse en las sábanas acompañado tienen notables beneficios para nuestro bienestar físico y psicológico, como ya ha reconocido hasta la Organización Mundial de la Salud.
La práctica del sexo beneficia la salud cardiovascular, nos ayuda a no engordar, nos hace dormir mejor, mejora el sistema inmunitario y es un excelente antidepresivo, pero la abstinencia y, sobre todo, la no deseada aumenta el riesgo de padecer todo lo contrario.
En el 2013 el tabloide Aftonbladet publicó una encuesta realizada entre 3.000 personas que demostraba que el sexo empezaba a estar obsoleto, algo que preocupó tanto al ministro de Salud Pública, Gabriel Wikstrom, que decidió encargar un estudio para comprobar si la tendencia asexual es cierta y va en aumento.
Algo que descubriremos cuando el informe esté concluido, en el 2019. El ministro opina, como dijo en un artículo que publicó en el diario Dagens Nyheter, que si lo que está afectando a la vida sexual de los suecos es el estrés y los problemas de salud, entonces el asunto es también un problema político que hay que solucionar.
Pero lo más preocupante e inusual es que los más jóvenes, que deberían estar explorando su recién descubierta faceta sexual, estén más interesados en cazar pokémons. Lo cierto es que los millennials tienen menos sexo del que tenían sus padres a su misma edad, según apunta un estudio de la Universidad de San Diego (EEUU), publicado en Archives of Sexual Behavior.
El trabajo analizó los datos de 26.707 personas, encuestadas por la General Social Survey, de diferentes edades. Los resultados mostraron que el 15% de los jóvenes de entre 20 y 24 años nacidos en la década de los 90 afirmó no haber tenido ninguna pareja sexual desde los 18, mientras que entre los de la Generación X –es decir, sus padres, nacidos en los años 60 y 70- ese mismo porcentaje era solo del 6% cuando tenían la misma edad.
El libro Generation Me, de la psicóloga Jean M. Twenge, principal investigadora del estudio, ahonda en la psicología de las nuevas generaciones, cuyo rasgo característico es el individualismo y el culto al yo. La tecnología ha propiciado un ocio unipersonal, no compartido, en el que las relaciones con los otros son cada vez más difíciles, a pesar de las innumerables facilidades que brindan las redes sociales para conectar y conocer gente.
Twenge también explica la falta de sexo debido al hecho de que los más jóvenes retrasan, cada vez más, su edad de emancipación y matrimonio. Vivir con los padres nunca ha sido un buen punto de partida para las aventuras sexuales.
Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, otro de los aspectos a destacar en la sexualidad de los más jóvenes es “el excesivo miedo que algunos presentan a las consecuencias negativas del sexo, es decir, los contagios o trasmisión de enfermedades.
Han nacido bajo el estigma del SIDA y algunos presentan usan varios métodos anticonceptivos a la vez o la constante búsqueda de información respecto a estos temas, que en muchos casos se materializa en llamadas a los teléfonos gratuitos de información sexual. Pero tal vez la educación sexual que les hemos proporcionado sea la culpable, puesto que ha sido muy higienista, centrada en los peligros a evitar y no tanto en los beneficios del sexo y su enorme potencial para el desarrollo personal”.
La sociedad del cansancio, como la denomina en el libro del mismo nombre el filósofo alemán de origen coreano, Byung-Chul Han, deja poco espacio para los juegos de cama tras las, cada vez más agotadoras y mal pagadas, jornadas laborales.
En medio de este panorama desolador hay también rayos de esperanza. “Tal vez tengamos menos sexo que las generaciones anteriores pero, es muy probable que, para la gran mayoría, éste haya ganado en calidad, especialmente entre las mujeres.
La gente es más consciente de su sexualidad, de lo que está pasando y este es el primer paso para cambiarla y mejorarla. Y además, no hay que olvidar, que hemos ganado años para el sexo. Nuestros antepasados cesaban su actividad sexual, generalmente, por inconvenientes o trastornos fisiológicos, tanto hombres como mujeres.