Lady Gaga ha ofrecido este domingo, en el primero de los dos conciertos en el Palau Sant Jordi de Barcelona, una intensa y entregada celebración de la vida y el amor, a la vez que acercó la pasión de Joanne a los miles de aficionados que acudieron a la cita, y que habían agotado el billetaje.
Unos incondicionales que se sobrepusieron en su día a la abrupta cancelación de los dos conciertos que tenía que haber ofrecido la diva el pasado mes de septiembre –a causa de un brote de fibromialgia– y que en una climatológicamente fría y muy soleada tarde fueron muy madrugadores para no perderse detalles de una velada que se prolongó más allá de la hora y media. Una vez más fue impresionante comprobar como Stefani Germanotta arrastra tras de su personalísima propuesta una afición de incomparable lealtad y entrega mimética: tararean cada uno de las más de veinte temas que armaron el concierto; imitaban algunos pases coreográficos del show protagonizados por su heroína, su musculoso quinteto instrumental y, sobre todo, su imparable cuerpo de bailarines, o imitaban a su Mama Monster en alguna de sus innumerables e intransferibles piezas de vestuario.
Ya era conocido por sus visitas anteriores –exceptuando el concierto compartido junto a Tony Bennett en el festival de Cap Roig donde presentaron el álbum conjunto “Cheek to cheek”– la tendencia de la estrella neoyorquina de articular sus veladas en una serie de capítulos temático-visuales, lo que le permite exhibir numerosos recursos extramusicales: en este caso, un inmenso escenario que se inclina, que se divide, que se hunde, junto a tres miniplataformas circulares en medio de la pista, audiovisuales, lumínicos (estructuras con forma de medusas colgadas del techo que ejercían de pantallas y de reflectores), coreográficos o de vestuario, con el doble objetivo de interesar/atraer/deslumbrar al público, y de mostrar a una artista que va más allá de ser una simple vocalista impetuosa.
Gaga ha arrancado en Barcelona el tramo europeo de su “Joanne World Tour”, con el que presenta su último álbum, “Joanne”, titulado así en homenaje a una fallecida tía suya. En su milimetrado concierto/repertorio ha puesto énfasis destacado en dicha obra, pues interpretó en torno a una decena de cortes del mismo (”A-Yo”, “Angel down”, “Come to mama”, “Dancin’ in circles”, “Diamond heart”, “Joanne”, “John Wayne” -con fogonazos en pleno escenario-, “Million reasons” y “Perfect illusion”), a bastante distancia de “Born this way” y “The fame”, y todavía a algo más de “The fame monster”, álbum que, por cierto, contiene algunos de sus “hits” más abrasivos, como anoche pudo volver a comprobarse: “Telephone” -con exhibición eléctrica incluida de sus proteínicos músicos- o los descomunales “Alejandro” y “Bad romance”.
Comienza, pues, su periplo europeo, en la montaña de Montjuïc, que rematará este martes en idéntico lugar, hora y contenido. Y lo ha hecho con la espectacularidad habitual: en esta ocasión después de que se levantara una gigantesca pantalla y en medio de densas nubes de humo, ataviada con un sombrero rosa de cow boy, una chaqueta negra con infinidad de flecos colgantes y botas también de vaquero, a los sones iniciales de “Diamond heart”, del mencionado último álbum. El guión ha proseguido con otra descarga procedente de idéntico disco, la rocosa “A-Yo”, esta vez acompañándose a la guitarra y deleitando a sus ya enfebrecidos fans con un posicionamiento corporal muy Elvis Presley. Al acabarlo, sintetizó la química reinante con un “te amo Barcelona”, dedicatoria que ha ampliado al cantar “The edge of glory”, haciendo alusión a los atentados del pasado verano, a las pérdidas “y a todos los retos que vivís”.
Aunque el de este domingo ha sido la primera entrega del tour europeo, el diseño del show y la misma composición del “setlist” apenas se ha diferenciado de lo que Lady Gaga estuvo ofreciendo en los escenarios norteamericanos hasta mediados del pasado diciembre. El ritmo de las canciones ha sido imparable pero dejando sitio para casi todo, ya que ha ido introduciendo a lo largo del repertorio algunos de sus grandes éxitos aunque algunos de ellos en formato abreviado (”Perfect illusion”, “Alejandro”, “LoveGame”, “Telephone”,”Paparazzi”) para no exceder la duración prevista del concierto.
Una de las grandes incógnitas que sobrevolaba la velada en términos musicales era comprobar como iban a cohabitar algunos de sus temas más livianos y bailables de los primeros tiempos, como “Poker face”, “LoveGame”, “Just dance” o “Paparazzi”, con las composiciones mucho más maduras de “Joanne” -”un disco que he hecho porque tenía cosas que decir de mí”–o con material un punto añejo, como el antes citado “The edge of glory” (que interpretó a piano solo). Y lo cierto es que la convivencia se ha demostrado viable. Este carácter más alejado de la chisporroteante cantante y “showgirl” adquirió toda su dimensión, vulnerable incluso, en temas como “Angel down” o la que nombre al álbum “Joanne”.
Evidentemente, además de su faceta de a veces excesiva “performer” y cantante de amplios intereses musicales, Lady Gaga tampoco ha dejado pasar por alto la oportunidad para emitir opiniones ya conocidas sobre lo social -como reiteradamente sobre el colectivo LGBTQ-, lo político -al presentar “Scheisse”- y, sobre todo ahora y en su actual coyuntura personal, sobre la vida y el amor -al introducir su emotiva y ya emblemática “Joanne”-. Y coherente con todo ello, ningún final mejor que el de “Million reasons”, ataviada, eso sí, con pantalones largos de lentejuelas plateadas, sombrero pamela y anatomía refrescada.