En una incursión a un hospital clandestino de Lahore, hace unas semanas, la policía paquistaní sorprendió a dos médicos que estaban trasplantando dos riñones de forma completamente ilegal, con los donantes y los pacientes todavía dormidos sobre la mesa de operaciones.
Dejaron que los médicos terminaran la operación y después los detuvieron, así como a sus auxiliares y a sus clientes, procedentes de Omán; un caso que, según las autoridades paquistaníes, podría marcar un antes y un después en la lucha contra el tráfico de órganos.
Pakistán, con sus alarmantes desigualdades, constituye desde hace tiempo una plataforma internacional para el tráfico de órganos. Las autoridades se declaran impotentes para luchar contra esta lacra.
No existe ningún sistema de donación de órganos tras la muerte, algo que está mal visto desde el punto de vista religioso y social, ni tampoco ningún registro nacional de las personas a la espera de un trasplante.
Así, queda en manos de los pacientes encontrar un donante, que será legal siempre y cuando lo haga de forma voluntaria, sin obligaciones ni pagos de por medio.
Pero la diferencia entre la oferta legal y la demanda es tal que los pacientes con dinero suelen recurrir a las mafias que trafican con órganos y que explotan a gran escala a millones de pobres desesperados.
Alarma por la aparición de enormes tiburones blancos desmembrados en las costas de Sudáfrica
Un riñón puede comprarse a un precio tan competitivo que los pacientes extranjeros llegan desde el Golfo, África y Reino Unido principalmente para conseguir un trasplante.
– La ley del mercado –
Pero nada se ha hecho para atacar de raíz la causa del mal, según los expertos.
"Este comercio ilegal beneficia a los ricos y a la élite del país", apunta Mumtaz Ahmed, jefe del servicio de nefrología del hospital público Benazir Bhutto, en Rawalpindi, una ciudad pegada a Islamabad.
Para Ahmed, miembro de una comisión de investigación gubernamental sobre el tráfico de riñones, es por esto que los políticos no hacen cumplir la ley.
Los dirigentes de la FIA, por su parte, aseguran que actúan sin excepción.
"Muchos pacientes vienen a vernos con un miembro de su familia dispuesto a darle un riñón", explica Ahmed. "Luego, cambian de idea y van a un hospital privado, cuando saben que allí pueden comprar un riñón".
Frente a esta demanda, no faltan ofertas entre los más desfavorecidos, que ven en esto una forma de salir de la miseria.
En las fábricas y en el campo, numerosos trabajadores acaban convirtiéndose en esclavos, atrapados por deudas contraídas con sus jefes para tratarse alguna enfermedad o criar a sus hijos. Pagan su deuda con su trabajo, en un ciclo de explotación que algunos esperan romper vendiendo un órgano.
– Sindicato de donantes –
Es lo que le pasó a Bushra Bibi, que sufre continuamente desde que vendió su riñón hace doce años por 110.000 rupias (930 euros) para ayudar a su padre, que necesitaba dinero para un tratamiento y pagar una deuda.
Luego, cuando su suegro cayó enfermo, su marido tuvo que hacer lo mismo. Desde entonces, apenas pueden trabajar y ocuparse de sus cinco hijos. Al final, deben todavía más dinero que antes de la operación.
"No puedo ni barrer y la gente se burla porque no logro acabar mis tareas de limpieza", cuenta.
En la región de Bibi y su familia, el distrito de Sargodha, en el Penyab, hay tantas víctimas del tráfico que un vecino, Malik Zafar Iqbal, decidió montar un sindicato para defender los derechos de los donantes.
Enseñando a la AFP una lista de varios cientos de nombres, asegura que se ha reunido con varios responsables locales, aunque sin éxito, de momento. "Yo mismo vendí mi hígado por 104.000 rupias (890 euros). Nunca es suficiente", suspira.