El infierno de los niños esclavos en Birmania

Las manos de San Kay Khine, con quemaduras, cicatrices y dedos deformados, le recuerdan a cada instante los años que pasó como esclava infantil en un taller de sastrería en Rangún, la capital económica birmana. 

La adolescente de 17 años regresó a su casa hace solo unos días después de pasar cinco años infernales durante los cuales, junto a otra chica de su pueblo, fue explotada, golpeada, apenas alimentada y autorizada a dormir solo algunas horas por noche.

Atraídos por el trabajo en las ciudades, que permite mantener a toda la familia, muchos niños y jóvenes birmanos se encuentran atrapados en un engaño y convertidos en esclavos.

Según el último registro realizado en 2014, en Birmania un niño de cada cinco de entre 10 y 17 años trabaja, es decir, 1,7 millones de personas. Según la empresa de análisis Verisk Maplecroft, respecto al trabajo infantil, el país se sitúa justo por delante de India y de Liberia, en la séptima peor posición.

«Tengo una cicatriz ahí donde pusieron un hierro en mi pierna y también una cicatriz en la cabeza», explica su compañera Tha Zin, que también regresó a su pueblo natal, a pocas horas en coche al oeste de Rangún.

«Me hirieron con un cuchillo porque lo que cocinaba no era satisfactorio», revela, enseñando una marca en su nariz.

Fue un amigo del pueblo quien las llevó a Rangún, prometiéndoles un buen trabajo.

Durante años, sus familias intentaron sacarlas de ahí. Solo después de una investigación de un periodista local que alertó a la comisión nacional de derechos humanos fueron puestas en libertad.

Durante estos años, los padres de San Kay Khaing y de Tha Zin no tuvieron ninguna ayuda de la policía. Declararon que obtuvieron 4.000 dólares de la familia del sastre como compensación. En estos últimos días, tres personas de esta familia fueron detenidas y acusadas por trata de personas. 

‘Los más vulnerables’ 

Por el momento, San Kay Khine parece demasiado traumatizada para hablar de lo que le sucedió y solo consigue murmurar unas palabras para decir que quiere quedarse en casa.

Nyo Nyo Win, su madre, está en cambio muy preocupada por las posible represalias. «Tengo mucho miedo, no duermo ni como», dice, delante de su pequeña cabaña hecha de bambú y paja, donde vive con sus otros tres hijos.

«Dijeron que nos acusarían de haberles robado y que nos enviarían a la cárcel», relata.

La lucha contra el trabajo infantil es uno de los principales objetivos del nuevo gobierno elegido democráticamente y liderado por la exdisidente y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, que quiere reformar el país después de medio siglo de dominación militar.

La mayoría de los niños que trabajan en Birmania provienen de las zonas más aisladas del país o de regiones golpeadas por conflictos étnicos.

Muchos de ellos trabajan en los cafés de Rangún, en las carreteras, vendiendo baratijas, o en las fábricas. Miles de ellos son empleados domésticos encerrados en casas.

Estos son «los más vulnerables (…) porque están totalmente en la sombra», estima Aung Myo Min, director ejecutivo de Equality Myanmar, una oenegé que ayuda a estos jóvenes. 

«Los propietarios prefieren tener jóvenes que podrán controlar», agrega. «Muchos niños viven sumidos en el miedo, se desvalorizan. Perdieron su infancia y no pueden recuperarla», se lamenta.