El mundo está en guerra pero no se trata de una guerra entre religiones, declaró el miércoles el papa Francisco al llegar a Polonia, en su primer viaje al este y centro de Europa, que estuvo repleto de medidas de seguridad tras el asesinato de un cura en Francia.
La muerte del sacerdote en una iglesia en Normandía agravó las tensiones en Cracovia, donde el pontífice inicia una visita de cinco días con motivo del Día Mundial de la Juventud.
Las medidas de seguridad ya eran intensas a raíz de los recientes ataques terroristas en Francia y Alemania. Las autoridades polacas han desplegado decenas de miles de agentes para el evento, que culminará el domingo.
Francisco habló con reporteros a bordo del avión papal que lo llevaba a Polonia. Preguntado sobre el asesinato del cura, respondió: «Es una guerra, no debemos tener miedo de decirlo».
Pero luego aclaró: que se trata de «una guerra de intereses, por dinero, por recursos… no estoy hablando de una guerra entre religiones. Las religiones no quieren guerra. Son los demás los que quieren guerra».
A llegar al aeropuerto de Cracovia Francisco fue recibido por el presidente polaco Andrzej Duda y su esposa Agata Kornhauser-Duda, además de otros funcionarios oficiales y de los cientos de fieles que pasaron horas esperando para verlo.
El Ejército entonó los himnos nacionales del Vaticano y de Polonia.
La ceremonia principal donde se darán los discursos clave será más tarde en el Castillo Wawel de Cracovia.
En la tarde, Francisco saludará desde la ventana de la residencia de obispos de Cracovia, donde se hospedará, y hablará con cientos de miles de peregrinos de todo el mundo reunidos para celebrar el Día Mundial de la Juventud, con una serie de eventos que concluirán el domingo.
«¡Celebremos el Día Mundial de la Juventud juntos!» tuiteó el pontífice el miércoles.
Horas antes de la llegada del papa Francisco, alegres grupos de jóvenes se juntaban en las calles de Cracovia.
Para la ocasión se trajeron reliquias de la iglesia Santa María Magdalena en Francia para ser exhibidas en el altar.
«Su presencia nos ayuda a concentrar nuestras plegarias y acercarnos a Dios», dijo Nounella Blanchedent, de 22 años y oriunda de Guadeloupe, una isla francesa en el Caribe.
Blanchedent estaba entre los voluntarios que ayudaban a los responsables de seguridad y logística en la Iglesia de Santo Casimiro, donde se oficiaba una misa en francés para peregrinos que vinieron de Francia, Bélgica y otros países.